lunes, 28 de julio de 2014

LA INJERENCIA ALEMANA.



(Artículo enviado a nuestra cuenta por uno de nuestros lectores. Muchisimas gracias.).           Autor:G.F.L.


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 1)  Antecedentes históricos de la injerencia

Para entender la actual dominación político-económica alemana en el continente, habría que remontarse a los periodos históricos recientes, en los cuales Alemania ejerció una influencia hegemónica clara en todo el continente, espejo del actual dominio.
Aunque siempre ha habido una influencia político-económica germana en el continente europeo desde la formación de los estados-nación durante la época medieval, a través del Sacro Imperio Romano Germánico,  no es a partir del siglo XIX cuando se crea y se forma oficialmente el estado alemán, comenzando una hegemonía alemana europea.
Alemania, hasta 1871 vivía separada en numerosos estados, gobernados por príncipes soberanos que históricamente vivían bajo la influencia de la casa de Habsburgo, en Austria. A mediados del siglo XIX, uno de esos estados alemanes, el más poderoso de todos, Prusia, dirigido por su rey o “káiser” Guillermo I, y bajo el gobierno de su canciller, el terrateniente prusiano Otto von Bismarck, inicia un proceso de unificación nacional, con el objetivo de unir a todos los estados cultural e históricamente alemanes en un solo estado. De esta forma, Prusia, bajo el poder económico de su poderosa clase terrateniente aristocrática (junker) y la incipiente burguesía industrial urbana, crea y fortalece su poderoso ejércit,o que en apenas siete años consigue unificar a todos los estados alemanes, derrotar al ejercito danés y anexionar sus territorios, expulsar la presencia austriaca e invadir y derrotar al poderoso imperio francés en 1871. Así, la unidad alemana se fragua entre el calor de la invasión y la expansión territorial del naciente imperio alemán (II Reich) por toda Europa.
Para 1871, el káiser Guillermo I había sido nombrado emperador y logrado la adhesión de todos los estados alemanes, creando el imperio alemán, que se expandía mucho más allá de las fronteras históricas y culturales germanas. Una vez lograda la unidad política, Alemania empezó a fraguar su crecimiento económico a través del poderoso desarrollo industrial, fundamentalmente del acero y de la industria química (que daría origen a los grandes monopolios capitalistas alemanes posteriores como la Krupp- Thyssen o la Bayern), del inicio de los monopolios financieros ( Deutsche Bank ), de las manufacturas textiles, y de la minería del carbón (zonas del Sarre y el Rhur). La supremacía económica alemana (que le daría el poder político) estaba en proceso de gestación y ya para finales del siglo, Alemania se convirtió en la potencia económica dominante en el continente y el segundo mayor país exportador después de Estados Unidos.
Esta supremacía económica le daría, durante la época de Bismarck, un papel hegemónico no solo europeo sino mundial,  llevando a cabo una “germanización” del país  y territorios cercanos (clave para entender las políticas raciales de la época nazi) y resumido en la teoría de la “Realpolitik”. Ésta se basada en la idea de obtener un dominio total de la política continental europea a través de los llamados “sistemas bismarckianos”, en los cuales a través de alianzas secretas conseguirían aislar a todos sus enemigos y dominar  la política europea.
El creciente nacionalismo alemán potenciado durante la unificación y el gobierno de Bismarck se ven alimentados hasta los limites más radicales cuando en 1890 sube al trono alemán el káiser Guillermo II, el cual potencia  una política aún más expansionista, nacionalista y autoritaria que su  predecesor. El nuevo káiser, sustituye los ideales bismarckianos por su famosa “Weltpolitik”, en la cual aspira a convertir a Alemania en una superpotencia no ya solo europea si no mundial. Acelera la industrialización del país, crea una poderosa armada de guerra, fortalece el ejército y, basándose en el ideal expansionista de que “Alemania tuviese su lugar bajo el sol", se lanza a la carrera colonial imperialista, especialmente en África y Asia (Namibia, Camerún, Tanzania, China….) para así exportar el exceso de capitales y mano de obra del imperio y aumentar su poderoso mercado mundial.
Además, el chovinismo alemán había conducido a despreciar a todos sus aliados europeos (en la creencia de que con ella sola se bastaba para dominar toda Europa), y apoyarse únicamente en la política imperialista de su aliada Austria, que en 1914, debido a las tensiones étnicas generadas por el imperialismo austriaco en los Balcanes deriva en la I Guerra Mundial.
La alianza aliada mundial condujo a la victoria del resto de países capitalistas e imperialistas, liderados por el ahora todopoderoso imperio británico, en 1919, conduciendo a una política de revanchismo anti alemán plasmada en el célebre “Tratado de Paz de Versalles”, en el cual se culpaba a Alemania de la guerra y se la obliga a indemnizaciones millonarias, a la desmilitarización, y la cesión forzosa de sus regiones mineras e industriales más poderosas y de todas sus colonias mundiales. Esta política de castigo y aislacionismo anti alemán, acompañado de la peor crisis capitalista de toda la historia en 1929, provoca que la burguesía alemana eche mano de movimientos y teorías radicales y revanchistas, y el resurgimiento del viejo nacionalismo chovinista y expansionista alemán dirigido de forma oportunista y demagógica por el partido nacional-socialista o “nazi” (NSDAP) de Hitler, que muy pronto empieza a cuestionar el papel de Alemania en Europa recobrando las viejas teorías nacionalistas. Entre ellas destaca la del “lebensraum” o “espacio vital”, acuñada ya a finales del siglo XIX por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel, asegurando que la existencia de un Estado quedaba garantizada cuando dispusiera del suficiente espacio para atender a las necesidades de la misma.
Estas teorías fueron utilizadas y manipuladas posteriormente para justificar el expansionismo imperialista, de la misma forma que surgirían ideas similares en el siglo XIX-XX en otras partes del mundo, vinculado al nacionalismo en boga (“destino manifiesto” estadounidense, “irredentismo” italiano o el imperialismo falangista español). Con estas teorías, y una vez llegado al poder Hitler en Alemania en 1934, y establecido el nuevo imperio alemán (III Reich), los nazis se lanzan a una política imperialista y hegemónica una vez más en Europa (tal y como explicaba el propio Adolf Hitler en su libro Mein Kampf; “los alemanes tienen el derecho moral de adquirir territorios ajenos gracias a los cuales se espera atender al crecimiento de la población”). Lo cual se plasma en tres grandes operaciones de conquista y extensión territorial de regiones calificadas como “histórica y culturalmente alemanas”, como fueron;  el Anschluss (invasión e incorporación de Austria, 1938), la invasión de los Sudetes (República Checa, 1938) y la invasión de Danzig y de Polonia (1939).
Todo ello, acompañado con una recuperación de los territorios industriales (Sarre, y el Ruhr) y una re militarización de la sociedad alemana, pondría al país en manos de los grandes banqueros e industriales alemanes que, junto a la Wehrmacht  pasaron a dominar  una vez más el continente europeo (y no solo los grandes capitales tradicionales si no también nuevos monopolios fundados en época nazi, como Volkswagen), apoyados en esta ocasión con la utilización de abundante mano de obra esclava de diferente tipo (judíos, eslavos, gitanos, minorías culturales, presos políticos…), de forma que entre 1939-1945, el marco alemán  y la esvástica nazi dirigieron de forma criminalmente sangrienta los designios de Europa. El resultado fue: una nueva guerra mundial con 60 millones de muertos, 6 millones de judíos aniquilados en campos de exterminios y la ruina económica, industrial y demográfica de Europa.
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Sin embargo, la derrotada alemana en la segunda guerra mundial iba a conducir a un nuevo tipo de nacionalismo e injerencia alemana en la política europea, esta vez de tipo más político-económico ya durante la guerra fría. El nuevo modelo de dominio imperialista europeo-alemán, del que bebe actualmente, había nacido.

2) Alemania y la hegemonía europea total
A pesar de los daños causados por los gobiernos agresores alemanes, especialmente durante la época nazi, con el fin de la guerra mundial y el inicio de la guerra fría (durante el cual Alemania se divide entre la RFA capitalista, al servicio de la OTAN, y la RDA comunista y aliada de la URSS),  el imperialismo alemán se recupera  lentamente.
En primer lugar, económicamente, gracias a los aportes millonarios del Plan Marshall y las reparaciones de guerra. Pero también a nivel político, porque las potencias occidentales apoyaban incondicionalmente a  la RFA (República Federal de Alemania) desde el principio, como aliado contra el socialismo, de forma que se podían pasar por alto algunos “pecadillos” en la guerra total contra el comunismo, como era el colocar al frente de la patronal alemana al ex nazi y miembro  de las SS, Hanns Martin Schleyer.
Como gratitud por el apoyo al capitalismo alemán e internacional y su labor de contención del comunismo, en  menos de 10 años después de la derrota nazi, la RFA imperialista estaba ya de pleno metida en el proyecto de la CEE y la OTAN, apoyada, especialmente, por el imperialismo yankee (como lo demuestra el apoyo incondicional mutuo a nivel político y económico, o las instalaciones americanas en suelo alemán, como la base militar de Ramstein, cuartel general de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos en Europa), lo cual favorece su rearme y expansión imperial por Europa.
Por otro lado, esta presión insistente contra la otra Alemania de la guerra fría, la RDA comunista, tuvo como resultado la caída del  llamado Muro de Berlín, del comunismo y la reconstrucción de una sola Alemania. Pero aquí cabria matizar que la primera víctima del imperialismo alemán actual no sería ninguna nación extranjera, si no la mitad de su propio pueblo.
Los territorios de la RDA fueron anexionados e incorporados a la RFA a partir de 1989, de forma que se la trata prácticamente como un territorio colonizado, invadido y anexionado, saqueándose y privatizándose radicalmente (gracias al consorcio Treuhandanstalt), sin importar lo más mínimo la suerte de los que, al fin y al cabo, eran sus propios compatriotas del este. La moderna Alemania, pues, no se forjo gracias a la paz si no a la imposición, la derrota y la sumisión incondicional, al gusto del imperialismo prusiano.
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Una vez reunificada a la fuerza, la actual Alemania empieza a poner en marcha todo su arsenal capitalista, poniendo a punto las que serán  motor de la poderosa industria económica del país, los grandes monopolios como  Siemens, Mercedes, BMW, Daimler, Krupp, Allianz o Deutsche Bank. Gracias al soporte que le brinda al gobierno, este inicia su senda neoimperialista  a inicios de los 90 con un blanco fácil para ir entrenándose y que en ese momento ofrecía todas las posibilidades: Yugoslavia. Aliándose, como excusa para dominar económicamente la zona, con la naciente Croacia, los bombarderos alemanes se cebaron contra la población serbo-yugoslava y así la maquinaria e industria de guerra alemana, que estaba parada desde 1945 volvía a engrasarse de nuevo y ponerse a punto. Una maquinaria de guerra  de la Bundeswehr, que, como afirman los estudios de la organización juvenil alemana FDJ,  desde los años 90 no ha dejado se reportar grandes beneficios a su economía,  y es que, desde 1998, unos 100.000 soldados alemanes  han marchado protegiendo los  intereses del imperialismo alemán en el extranjero, inclusive en países donde ya la Wehrmacht (el ejército de la era nazi) había dejado su rastro de  muerte, destacándose especialmente en los tres grandes conflictos de la era actual; Yugoslavia, Irak y Afganistán. 
En tan solo 45 años desde que los ejércitos aliados entraran en Berlín, Alemania se había recuperado totalmente, sus grandes monopolios (muchos de los cuales cooperaron con Hitler) estaban de nuevo en liza y su ejército imperialista bombardeaba ya territorios europeos. Sin duda una recuperación “milagrosa” en tiempo record solo explicable gracias a la inestimable labor del mesías capitalista e imperialista y del oportunismo anticomunista de siempre.
Durante estos 45 años, Alemania se ha ido colando como una potencia hegemónica a nivel económico y militar en Europa y una autentica líder de la OTAN y del FMI, el brazo político y militar de la burguesía capitalista europea y occidental, lo cual ha dado lugar ya en estas dos últimas décadas a una recuperación sin límites del imperialismo, el nacionalismo y el belicismo alemán, surgiendo posturas favorables a una hegemonía alemana en la llamada “Kerneuropa”, (concepto creado en 1994 por parte del líder derechista  Wolfgang Schäuble), es decir, la Europa económica y militarmente más fuerte, protagonizada por el ya famoso “eje franco-alemán”, que ha sido especialmente poderoso y notorio durante el gobierno Merkel-Sarkozy, es decir, la materialización de la hegemonía elitista europea.
Este proceso de liderazgo de la Europa más fuerte política y económicamente, a través del desarrollo de la llamada “Zona Euro”, a lo largo de estos últimos 24 años, le ha generado al imperialismo alemán y su burguesía dirigente sin duda pingües beneficios. Como afirma  Juan Torres López, con la moneda única la potencia exportadora alemana ya no ha tenido barreras,  gestándose  un gran superávit en Alemania paralelo al déficit de los países periféricos.
De 2002-2010, este proceso generó un excedente de 1,62 billones de euros en Alemania, de los cuales solo 554.000 se aplicaron en su propio mercado interno para mejorar su dotación de capital o las condiciones de vida de su población. El resto, 1,07 billones se colocó fuera de Alemania, y de esta parte 356.000 en forma de préstamos y créditos para financiar un modelo productivo en la periferia que, lógicamente, no fuera el que pudiera competir con el alemán. Todo este proceso de liderazgo en el Euro, ha sido sin duda alguna todo un éxito para los exportadores alemanes, y para los bancos que han obtenido grandes beneficios financiando la deuda creciente de una periferia con cada vez menos capacidad de generar recursos, puesto que la potencia exportadora en realidad ha de fagocitarlos para poder seguir manteniendo su privilegio exportador.
De esta forma, se ha creado un autentico desequilibrio económico, donde uno o dos países tienen toda la primacía y el liderazgo y se permiten, literalmente, controlar y dominar a su antojo e intereses a todo el resto del continente (España, Italia, Irlanda, Grecia, Portugal...)  que, de esta forma, está a su merced, a sus dictados y  designios y se convierte en una autentica colonia y protectorado imperialista alemán. Los bancos alemanes, financiados gracias al expolio de la deuda y la quiebra económica de los países menos fortalecidos, se convierten, pues, en los auténticos dueños y señores, junto con los mass media a los que sirven, de la opinión pública y política del continente. Todo un plan donde vuelven a ganar los mismos.
Esta hegemonía se puede observar en los últimos años, especialmente durante el mandato de la derechista Angela Merkel, en dos niveles; político y económico:

-A nivel político: la hegemonía alemana sobre los países europeos y sus políticas es total y absoluta. Los países de la zona Euro actúan bajo presión y consejo del ministerio de exteriores alemán y sus lacayos en el BCE-FMI, al punto de que se permiten opinar e inmiscuirse constantemente en los asuntos políticos internos de otros países. Como ejemplo de ello, tras las elecciones en mayo de 2012 en Francia que se saldo con la victoria del socialista  François Hollande, la reacción de Ángela Merkel en una conferencia de prensa en Berlín fue decir que el “planteamiento básico en Europa es que después de las elecciones, sea en un país grande o pequeño, no replanteamos todo lo que habíamos previamente decidido”.  A ello se sumo poco después las declaraciones del  ministro alemán de Relaciones Exteriores, Guido Westerwelle, el cual tuvo la osadía de decir que:“Las elecciones no invalidan los acuerdos entre los Estados”. Básicamente, los planteamientos políticos que contrae Merkel en un determinado momento, se tendrán a mantener eternamente, cambie o no el signo político del país, ya que este, claramente está destinado a someterse a los compromisos adquiridos ya con Alemania y que son, como toda potencia imperialista que se precie, ineludibles.
No obstante, esta táctica del neoimperialismo alemán varía en función del país que se trate. No es lo mismo un país aliado del imperialismo alemán, como Francia, al cual se presiona sutilmente, con las colonias europeas, con las cuales el tacto y la sutileza brilla por su ausencia, por no tratarse de una relación teórica de “igual a igual”, si no una relación de sumisión e imposición imperialista.
Los casos más paradójicos, sin duda, han sido los de Grecia y en menor medida, España. Grecia iniciaba el año 2012 con una fuerte crisis económica. Los partidos tradicionales, PASOK y ND se mostraban totalmente incapaces de hacer frente a la crisis, para lo cual se ve obligada a pedir un rescate multimillonario, respondido y aceptado por la llamada “troika” (FMI-BM-BCE), es decir, las mayores instituciones capitalistas, controladas por la burguesía alemana. A cambio, las instituciones financieras se lo iban a cobrar de lo lindo: rebaja de 20% del salario básico y un recorte de 15% a las pensiones complementarias, nueva reducción de las pensiones básicas y de las prestaciones por desempleo, y 150.000 despidos en el sector público hasta 2015, 15.000 de ellos en forma inmediata... todo ello, exigido como compensación al gobierno griego que, de esta forma, pasaba a ser un mero títere del capitalismo europeo, especialmente de los bancos alemanes.
Estas duras medidas no hicieron el efecto esperado, por lo cual, los banqueros alemanes se pusieron nerviosos y, haciendo gala de su omnipotencia y su dominio de la política europea, empezaron a exigir cada vez más dureza en el trato a Grecia. Algo que, si se tratara de otro país y de otro continente habría sido considerado una auténtica injerencia en los asuntos internos de un país en teoría soberano e independiente pero que, tratándose de Europa y de la burguesía alemana, se tolera por la absoluta sumisión hacia esta. Primero llegaron las presiones de la burguesía alemana a nivel europeo para quitarse de en medio a quienes no convenían a sus intereses.  Así, en febrero de 2012, el ministro alemán del Interior, Hans Peter Friedrich, comentaba:"Fuera de la unión monetaria Grecia tendría más posibilidades de regenerarse y de ser más competitiva que dentro de la zona euro".
Apenas 3 meses después, por si la sutileza del ministro pidiendo a la UE la expulsión de un país soberano no hubiera sido suficiente, el 14 de mayo de 2012 el diario alemán Der Spiegel, vocero de la burguesía capitalista alemana afirmaba:“Grecia debe abandonar el euro ya. Nadie puede forzar a los griegos a abandonar el euro. Pero está claro que eso revertiría en su propio interés. […] La salida de Grecia de la zona euro es la única oportunidad para el país se recupere".
Tan solo día después de ello, la maquinaria imperialista alemana se volvía a poner en marcha ante el anuncio de elecciones en Grecia y los rumores de un creciente auge izquierdista y antiimperialista en los votantes. Ante ello, el día 15, el  ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, dijo que las elecciones sería un referéndum sobre la continuación de Grecia como miembro de la eurozona.
"Si Grecia -y esta es la voluntad de la gran mayoría- quiere quedarse en el euro, entonces tienen que aceptar las condiciones. De lo contrario no es posible. Ningún candidato responsable puede ocultar eso a los electores".
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Con estas declaraciones, el gobierno alemán estaba, abiertamente, forzando y señalando el sentido del voto que el pueblo griego debería dar en sus elecciones según los intereses de los banqueros alemanes, tratando no solo de injerir, si no de controlar la política interna de un país europeo, lo cual no se veía desde la época del nazismo, cuyas malas artes el gobierno de Merkel no duda un segundo en reutilizar. No obstante, aunque el gobierno salido sigue rindiendo pleitesía a los dictados de los lacayos de Alemania (BM-FMI-BCE), el pueblo griego, en las calles sigue mostrando su resistencia a ser, nuevamente y como en los años 40, un protectorado alemán.
Algo de mejor suerte en esta injerencia europea ha tenido el estado español que, no obstante, ha acabado rindiendo cuentas y plegándose a los intereses alemanes. La reforma laboral aplicada por el gobierno derechista de Mariano Rajoy en febrero de 2012, que contempla  la reducción de la indemnización por despido improcedente a 33 días por año para todos los casos, frente a los 45 días anuales que regían hasta ahora, el despido libre el primer año, o frenar el peso de los convenios colectivos, dejando vía libre a las imposiciones de la patronal y los empresarios, no es más que una aplicación de las imposiciones de la burguesía alemana al estado español, tal y como expresaba, dos meses después de su aplicación, el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble,  que  “elogió los pasos dados por el Gobierno contra la crisis y dijo estar convencido de que España iba por buen camino, además de expresar su "plena" confianza en la gestión de Mariano Rajoy”.
Anteriormente, la injerencia alemana en asuntos internos políticos del estado español se había dado durante la huelga de marzo, cuando el mismo ministro afirmaba que:“La huelga general no tuvo bastante apoyo como para impedir que el Gobierno continúe con las reformas, que son necesarias”.
Como vemos, no solo en Grecia, sino también en España, la burguesía alemana había llegado a un nivel de injerencia tal en los asuntos internos de estos países, que era difícil distinguir si a los españoles y griegos les gobernaban desde Atenas y Madrid o desde Berlín y Bonn, los auténticos centros de poder de la UE  actualmente. Tanto nivel de presión no cayó en saco roto y, 4 meses después de Grecia, el ministro español Luis de Guindos solicitaba definitivamente un rescate económico a la famosa “troika”, tal y como venia indicándolo desde hacía meses el gobierno de Merkel, autentico gobernante de nuestro país.
Como estos, se podrían ver casos similares e igual de graves en Irlanda, Portugal o Italia a lo largo del pasado año, que evidencian más que nunca el poder y la supremacía que, a nivel político, ostenta el imperio capitalista alemán en el siglo XXI. Pero su hegemonía política no es la única que nos afecta.

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-A nivel económico: La economía europea se ha visto sacudida por un nuevo modelo laboral que precariza al máximo las condiciones laborales de la población europea y que tiene su origen en la esencia misma del famoso “milagro económico alemán”, los llamados minijobs, empleos temporales y de baja remuneración como consecuencia de la desregulación y la promoción de empleos flexibles y con sueldos de 400 euros, los cuales fueron rápidamente glorificados por los empresarios alemanes por los destacados beneficios económicos que proporcionaban: ingresos económicos a bajo coste salarial y notoria precariedad alemán.
Este sistema, ideado durante la época del socialista Schroeder, se ha acabado imponiendo en la Alemania actual, de forma que uno de cada cinco empleos en Alemania es hoy un minijob: sueldos máximos de 400 euros al mes libres de impuestos. Para casi siete millones de trabajadores este es su principal empleo. Precariedad absoluta y total que genere beneficios millonarios a la patronal y al gobierno, cuyo ejemplo ha sido seguido por el resto de gobiernos europeos actuales.
La senda alemana, la senda del “milagro” y la recuperación económica bajo batuta alemana, se traduce, pues, en precariedad laboral, recortes y ajustes insoportables para una cada vez mas agobiada clase trabajadora europea que ya no puede soportar más la regulación capitalista, mientras los banqueros de todo el mundo se forran a manos llenas. Este es el panorama en la UE alemana del siglo XXI.
Pero no nos engañemos. No es un tema de Merkel. La burguesía alemana se sabrá adaptar rápidamente a otra persona y a otra sigla política si es necesario, con tal de seguir manteniendo su hegemonía e injerencia a nivel europeo y su privilegiado puesto de dominio político-económico europeo.
Ese es el secreto de esta burguesía imperialista, y que ha aplicado a rajatabla a lo largo de estos últimos años, saber dominarse a sí misma como paso previo para obtener plusvalía y vivir de las rentas y de la explotación de todo el continente europeo, contando para ello con la confabulación de toda la clase burguesa, capitalista y política del continente europeo.
                                                     

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