CONTRAHISTORIA nº 1
1. La construcción de la historia.
No pocas veces, durante las últimas semanas, hemos podido escuchar en los “mass mierda”, o medios de desinformación, como vivimos un momento histórico ante la posibilidad de que nuestra gloriosa “roja” se alce con la copa del mundo de fútbol que, por cierto, se disputa a unos centenares de metros de uno de los mayores guetos del maltrecho continente africano. Y no pocas me he preguntado, últimamente, cuanto más históricamente cíclico resulta el “pan y circo” que algunos emperadores romanos preconizaban como valioso antídoto contra motines y hambrunas.
Como recogemos en un editorial que enmarca toda una declaración de intenciones, son muchas las ventanas, agujeros o perspectivas desde las que podríamos asomarnos a una historia que no existe de modo absoluto, sino que reside en el registro, que compendia información y análisis, creado por el historiador.
Con origen moderno en el anticuarismo dieciochesco, la historia como disciplina científica, que no es otra que la que la que está dotada de un método de análisis, estudio y difusión, que aglutina sistematizados procedimientos técnicos, ha sido tradicionalmente presentada al gran público, y sobre todo en manuales escolares, como una sucesión lineal de fechas que marcan acontecimientos, de mayor o menor envergadura o trascendencia, encuadrados en vacuos epígrafes como economía, sociedad, política, religión, ciencia, arte o pensamiento. Un registro genéricamente asignado a convencionales etapas a las que fueron asignadas las denominaciones Prehistoria, Hª Antigua, Medioevo, Hª Moderna e Hª Contemporánea. Tal concepción se impulsó en corrientes historiográficas como el positivismo, basado en una acumulación de datos que por si solos no permitían un análisis interpretativo demasiado profundo.
La menos exacta de las ciencias ha sido, desde su origen, objeto de una partidista instrumentalización política tendente a construir un pasado acorde a los intereses del poder o la élite dominante, reforzando hipótesis convenientes a ésta o construyendo artificiosas identidades nacionales, que, mayoritariamente gestadas en una sociedad puramente industrial, son llevadas a un pasado remoto justificando no pocas tropelías. La historia se “fabrica” en base a una memoria colectiva pero los acontecimientos que la integran son generalmente interpretados desde estructuras próximas al establishment de turno.
Desde hace un par de décadas el sistema ha comenzado a poner en valor la historia como objeto de interés colectivo o público, alejándola de reductos eruditos y sórdidos departamentos universitarios, buscando su rentabilidad sobre todo de cara al turismo. Así, el nutrido panorama actual, en lo que ha revistas de historia publicadas en el estado español en la se refiere, refrenda ésta idea con publicaciones de hasta 250.000 ejemplares mensuales de tirada, como National Geografic o La Aventura de la Historia, u otras financiadas, por fundaciones y obras sociales de la banca, al amparo de unas comunidades autónomas en las que hoy residen fondos, programas de investigación y servicios de publicaciones.
La reconstrucción del pasado, solo muy recientemente, ha comenzado a plantearse otorgar voz a los tradicionalmente si voz, o valorar, a menudo de la mano de la antropología cultural y social, aspectos cognitivos de sociedades pretéritas, comenzando a considerar el elemento humano y los factores morales sin pretensión de esgrimir la verdad absoluta. Nace así otra historia, ésta vez contada desde el punto de vista de los que salieron derrotados en tal contienda o coyuntura, o una historia de pueblos ágrafos, o de tradición oral, de los que solo existen referencias historiográficas emitidas por observadores externos, en buena medida ajenos a los códigos que rigen dichas sociedades. Ello ha provocado, desde inicios de los rememorados años ochenta del pasado siglo, la proliferación historiográfica de particularismos, microhistorias o perspectivas, como la del género, las historias locales o el estudio de la vida cotidiana de las clases populares y los sectores olvidados, alejadas del oficialismo y sus anquilosados paradigmas. Tendencias directamente entroncadas con escuelas teóricas inaguradas por un materialismo histórico que, tras las revoluciones francesa e industrial, comenzó a anteponer individuos a territorios en el análisis e interpretación histórica, considerando la lucha de clases fundamental sinergia, o motor de cambio, en los procesos históricos.