lunes, 24 de febrero de 2014

ENTRE NEOFASCISTAS, ULTRANACIONALISTAS, NARANJAS Y AZULES. ¿QUÉ SE ESCONDE TRAS LA REVUELTA DE UCRANIA?


Sería imposible desligar hoy cualquier revuelta del descontento generalizado hacia las instituciones, del descredito hacia partidos y políticos  y de la respuesta popular hacia la corrupción y manipulación que inunda estados y países a nivel internacional. Y el caso de Ucrania, en la palestra por los acontecimientos recientes, no podría ser distinto.

Sin embargo, una vez alejados de esas primeras sensaciones de afinidad ante cualquier levantamiento contra gobiernos, recortes, imposiciones y mentiras, conviene reflexionar sobre lo que hay detrás de cada una de ellas, máxime cuando estás se hacen fuertes, resistentes y perduran en el tiempo hasta el punto de hacer tambalearse al propio Estado. Independientemente de donde surjan las protestas, habitualmente sinceras y populares, el hecho es que tradicionalmente en la historia  el que más hábilmente sabe aprovechar la situación o el descontento es quien consigue influir, representar y finalmente dirigir esas demandas, y normalmente en su beneficio propio. Por ejemplo, las ejemplarizantes primaveras árabes finalmente han quedado muy atrás en esa búsqueda de las libertades que parecían suponer, convirtiéndose en títeres del neoliberalismo internacional, léase USA o EU, o en el peor de los casos un retroceso hacia la religiosidad más arcaica y retrograda, como el caso de Egipto. En cualquier caso, un sospechoso interés de apertura no hacia las personas, pero sí hacia el mercado y la economía internacional.

Del mismo modo, el caso ucraniano responde sobre todo a un inmoral conflicto de intereses económicos de carácter internacional, al que nada le importan los muertos, los sublevados o las libertades. Unas protestas, hábilmente reorganizadas y dirigidas por la extrema derecha y los ultranacionalistas, que han encontrado en la situación, pero sobre todo en la propia oposición antigubernamental, un cómplice de su propaganda y su acción.

Recopilemos en un primer momento los orígenes del conflicto antes de ponernos plenamente a comprender a sus protagonistas. La política externa ucraniana, frente a su tradicional dependencia rusa, se había orientado en los últimos años hacia una apertura a Europa, asentándose en buena parte de la sociedad el codicioso y especulativo “bienestar” de la sociedad de consumo. El actual presidente, Víctor Yanukovich, por el Partido de las Regiones, centrista y pro ruso, fue elegido anteriormente en 2004 en unas elecciones manifiestamente fraudulentas, lo que desencadenó la llamada Revolución Naranja pro europea. Sin embargo, obtuvo de nuevo el cargo en las elecciones del 2009. Pronto la decisión de una Ucrania cuya economía se dirigía hacia Europa o Rusia se convertiría en un asunto internacional.

Yanukovich, que acercaría en su segunda elección su postura a la Unión Europea, abortaría su decisión finalmente el pasado 21 de noviembre tras recibir presiones rusas , paralizando el Acuerdo de Libre Comercio suscrito con anterioridad. Este hecho desencadenaría el conflicto al día siguiente, inicialmente protagonizado por universitarios, pero a los que posteriormente se unirían la oposición en bloque, parte de la iglesia ortodoxa y otras organizaciones. Si bien existía en Ucrania una desmoralización de la política generalizada, la protesta convocada ya de forma oficial por la oposición, conseguiría generalizarse. El sector más radical, mantenedores reales de los enfrentamientos y la protesta, han sido consolidados en la calle por unos representantes oficiales que, aún alejándose oficialmente de ellos, se han aprovechado de su presencia.

El creciente autoritarismo de Yanukovich desde su reelección, modificando la constitución del país para acumular mayor poder en su propia persona  y encarcelando a su rival y anterior líder de la oposición Y.Timoshenko, también han alimentado de forma significativa esas protestas. Finalmente, el conflicto, más allá del discurso pro europeo, se ha convertido en una movilización de carácter identitario, en un país ya de por sí dividido entre un Sur y un Este tradicionalmente rusoparlante y un Oeste y Norte más ambicioso y rico pro UE que pretende reivindicar un nacionalismo ucraniano, sobre todo en Kiev, la capital económica y política del país. El hecho de que Rusia sea responsable del mantenimiento del gas en el país, y la amenaza de un bloqueo industrial que pondría en peligro la economía y el comercio ucraniano, junto con el peligro que supone la anulación de la reciente ayuda rusa de 11.000 millones de euros negados con anterioridad por el FMI, han sido lo que ha frenado el viraje hacia la UE de Yanukovich. Sin obviar la importancia que aún mantiene en el país una oligarquía a la que la reconversión industrial necesaria no beneficiaría. El interés de Rusia en la zona radica en proteger el control de la producción y distribución del gas, no olvidemos que los gaseoductos con los que Rusia comercia pasan por Ucrania, además del mantenimiento de la base militar conjunta de Crimea en el puerto de Sebastopol. Por otra parte, la apuesta de Rusia por la creación de una zona de libre comercio, la unión aduanera a la que pertenece junto con Bielorrusia y Kazajistán, pasaría por una ampliación en la que Ucrania sería decisiva para los planes del Kremlin. Mientras, la UE ve en Ucrania un nuevo mercado donde comerciar y los Estados Unidos contemplan la eliminación de un estado intermedio entre Rusia y el brazo armado del capitalismo internacional, la OTAN. El caso ucraniano se ha convertido en un conflicto de intereses visto con lupa por las potencias económicas internacionales que, de forma más o menos sutil, alientan una u otra reforma en el país,  y son, en primera instancia, la causa de la desestabilización de Ucrania y todo lo que está ocurriendo.

 
 Se puede apreciar una cruz celtica nazi y un 14 88 en rojo en el escudo de uno de los manifestantes.

Desde diciembre, como respuesta a la paralización de las negociaciones con la UE, la oposición en bloque ha alentado la creación del llamado Euromaidán, o Éuroplaza, organizado alrededor de la Plaza de la Independencia, desde la que se han protagonizado los episodios de resistencia y enfrentamiento contra el gobierno de Yanukovich. Como hecho simbólico de su rusofobia, el 8 de diciembre, los manifestantes derribarían la estatua de Lenin en Zhitomir, al noroeste del país. Para enfrentarse a las protestas, cada vez más extendidas, el gobierno acudió una vez más a los “Titushki”, organizaciones ilegales de militares, policías, deportistas y criminales, usados para enfrentarse a manifestantes en cualquier contexto que, en los últimos años, han protagonizado numerosos ataques a locales y personas contrarias al gobierno o a miembros de la prensa con el fin de crear pánico y provocar. Estos ataques, junto con la promulgación el 16 de enero de una nueva ley que imponía duras penas contra los manifestantes, generalizarían las protestas que, además, se radicalizarían, organizándose ya permanentemente alrededor de la céntrica plaza de Kiev.

Pronto, la protesta sería hábilmente institucionalizada por los partidos de la oposición en bloque, cuyos principales representantes son Batkivshina, Patria, principal partido de la oposición y agrupación de varios partidos pro europeros, UDAR, Golpe, liderado por el ex boxeador V.Klitschko y apadrinado y financiado por la Unión  Demócrata Cristiana alemána de Angela Merkel y el populista y anticomunista Svodoba, Libertad, quizás el gran beneficiado políticamente del conflicto al representar, también, la oposición a la anquilosada política de los partidos tradicionales.

Svodoba es el nombre que,  en un intento de moderar su imagen, adquirió en 2004 el Partido Social Nacional de Ucrania, fundado en 1991, cuyo nombre original hace referencia de forma evidente al Partido Nacionalsocialista Alemán. Anticomunista visceral, su símbolo, la runa Wolfsangel, sería sustituida por una bandera azul con una mano con tres dedos en alusión al tridente de Volodymyr del escudo de Ucrania. En 1999 constituirían la organización paramilitar “Patriotas de Ucrania”, desarticulada en 2007. Svodoba y su discurso ultranacionalista y antisemita han encontrado sus principales apoyos en Liviv y Ternopil, esta última desde donde se crearon los primeros grupos de autodefensa. También desde 2010 la región de Galitzia y desde 2012 la propia Kiev, llegando a alcanzar un 10% de los votos en las últimas elecciones. Vinculado también a parte de la Iglesia Ortodoxa, forma parte desde 2009 de la Alianza de los Movimientos Nacionales,  junto al Frente Nacional francés de Le Pen, el Partido Nacional Británico, PNB,  el Movimiento Social Republicano de España y otras organizaciones de extrema derecha. Tras el acuerdo con la oposición para participar en las protestas en bloque, se ha convertido en el partido de acogida del voto de protesta, con un mensaje populista que ha aprovechado la corrupción gubernamental. Pero sobre todo, se ha convertido en el bastión de un renacido nacionalismo ucraniano con claros tintes xenófobos y raciales que ha terminado por inundar todo el conflicto a cuenta de su origen anti ruso, a quienes se considera tradicionales ocupantes y represores de las tradiciones y cultura ucraniana.

Manifestantes con el brazalete con la runa símbolo del Partido Nacional Social Ucraniano. Ahora Svodoba.

Por su parte, muchos de los grupos organizados alrededor de la Euromaidan provienen de los Escuadrones de Autodefensa Ucraniana, formación paramilitar formada en 1990 por veteranos de la guerra de Afganistán y entrenados durante años por la propia OTAN en su base de Estonia, participando incluso en recientes conflictos bélicos como el de Osetia del Sur. Vinculados con neonazis ucranianos y alemanes, como  el propio NPD germano, abogan por un nacionalismo ucraniano, antisemita y controlado por el Estado.

Miembros de ellos se han agrupado desde hace dos meses en el llamado Pravy Sektor, Sector de Derechas, que, a pesar de estar también alejados del sector europeísta, incluso de la propia Svodoba, han terminado por convertirse en el autentico motor de la protestas, alentado bajo el lema “Ucrania para los ucranianos”. Entre ellos, ultras de equipos de futbol, neonazis, ultranacionalistas y demás han encontrado la forma de crear una autentica fuerza de choque capaz de dirigir las protestas y de sobrepasar los intentos de control de los partidos mayoritarios. Alrededor del Sector de Derechas se han organizado grupos de extrema derecha como Tridente, Patriotas de Ucrania, Martillo Blanco y las ya mencionadas autodefensas, además de muchos otros ciudadanos sin vinculación con ningún partido pero atraidos por la idea de una revolución nacional. Ese ultranacionalismo ucraniano tiene en Stephan Bandera y otros líderes de la guerrilla nacional surgida en la Segunda Guerra Mundial, el Ejercito Insurgente Ucraniano, sus grandes iconos. Convertidos en símbolos de la lucha contra la invasión rusa, tienen sus primeros antecedentes en la Organización Nacional de Ucrania nacida en 1929 para combatir a polacos y soviéticos y conseguir un estado independiente. Apoyado en los primeros años de guerra por el ejército alemán, Bandera aprovecharía la cruzada nazi antisoviética iniciada en 1941 para proclamar la independencia de Ucrania arrebatada por Alemania a la URSS, algo que no sentaría demasiado bien a los alemanes que lo detendrían. Encarcelado entre el 41 y el 45, sería liberado finalmente por Hitler quien reconocería en los nacionalistas ucranianos unos valiosos aliados constituyendo en 1945 la división de las Waffen SS Galitzien con sus miembros. En las imágenes de las protestas son habituales las fotos de Bandera y la bandera rojinegra horizontal, emblema de su movimiento. En definitiva, Bandera y los nacionalistas ucranianos son los representantes locales de los innumerables totalitarismo surgidos en el periodo de entreguerras en Europa, a veces incluso enfrentados entre sí, pero similares en actitud, cuyos máximos representantes serían el fascismo italiano y el nazismo alemán, pero no únicos, entre los que estarían, por ejmemplo, la creación de la III Civilización Helénica de Metaxas en Grecia, el Estado Nacional Legionario de Horia Sima en Rumanía, el criminal Estado Independiente de Croacia de Pavelic y movimientos nacionalistas como el del propio Bandera, todos ellos aliados en algún momento de la Alemania nazi.


 Miembros de Svodoba con Stephan Bandera a la cabeza.

Senadores derechistas como John McCain y otros, así como líderes de las movilizaciones georgianas y serbias, títeres de Estados Unidos, han apoyado abiertamente a los manifestantes. De hecho, resulta verdaderamente impactante el apoyo manifestado, de forma más o menos explícita, por gobiernos y líderes políticos internacionales hacia los protagonistas de las protestas a pesar de los vínculos evidentes con la extrema derecha y el cáliz violento de las protestas. En esta ocasión, los demócratas defensores de la pacificación y la antiviolencia no han vertido apenas críticas o llamamientos a la moderación, y si lo han hecho han sido más bien encaminadas a criticar la actitud del gobierno. Una vez más, un bochornoso ejemplo de la política internacional imperante para la que lo único importante es la geoestrategia militar y económica por encima de las personas.

Es, por tanto, el conflicto surgido en Ucrania, de un carácter altamente complicado, pues, si bien hubiera podido surgir a través de una autentica movilización popular, e incluso de clase, más allá de europeísmos y rusofilias, no sólo ha demostrado ser manipulado internamente por extremistas y oposición interesada, sino por todo tipo de injerencias internacionales  a las que una decena más o menos de muertos resulta asumible frente a su plan de expansión económica.

Mientras, el denominado Consejo Regional de Ivano-Frankivsk constituidos por manifestantes, al igual que en la región de Ternopil, han prohibido cualquier actividad del Partido de las Regiones gobernante, y también del Partido Comunista Ucraniano, PCU. Éste, a su vez, aun cuando también opositor a Yanokovich, se ha posicionado drásticamente contrario a los partidos pro ucranianos y a todas las movilizaciones de Kiev, a quienes han acusado de filonazis, movilizando a sus bases en Odessa, Stakhanov, Simferopol, Dnipropetrovsk, Louhansk y Zaporizhia, al este del país donde tienen mayores simpatías, para organizar milicias populares con la capacidad de enfrentarse a la amenaza fascista.

 


Banderas rojinegras de la Organizaci\on Nacional de Ucrania durante las protestas.
En resumidas cuentas, una vez más a la hora de tratar cualquier conflicto deberíamos de acostumbrarnos a diferenciar entre esas cada vez más aparentemente realidades diferenciadas que surgen de él. Por un lado todo lo relacionado con la política internacional, las relaciones económicas, la propagación de la noticia a través de los medios de comunicación oficial y toda esa relación de poderes e intereses escrita con mayúsculas y a menudo reinterpretada como versión oficial. Y por otra parte, esa visión de la calle, del día a día en la que el por qué, el cómo, o el quien parece evidenciar, a veces, una realidad más autentica y visceral pero menos mediática. No todos en el conflicto ucraniano son de extrema derecha, ni europeístas o naranjas, ni pro rusos o azules. En buena medida, sin duda, sobre todo en su origen, la movilización de la ciudadanía en general responde a convicciones más sociales que políticas. A rebelarse contra algo que no les gusta, contra la mentira y la resignación, y quizás esa sea la palabra clave a la hora de analizar los conflictos contemporáneos propios del ya más que nuevo siglo XXI: resignación. Parece que ese es el nexo entre determinados levantamientos aparentemente ajenos entre sí, el cansancio y la rebelión contra la resignación. No es nada nuevo la aparición del discurso populista, el aprovechamiento de esas circunstancias de descontento, hoy representadas en buena medida en el llamado “problema de la inmigración” o la seguridad, representados como amenazas de nuestro orden y tradición. Con ellos, el espíritu nacionalista, en su expresión más xenófoba, colonialista, clasista e incluso racial cobra de nuevo especial relevancia a la hora de la aparición de esos totalitarismo que, más allá de reducirlos a simples nazismos o fascismos, contienen un discurso social y político mucho más elaborado y capaz de acceder a una buena parte de las capas sociales actuales. Ucrania viene siendo denunciado desde hace tiempo por colectivos y organizaciones antifascistas, libertarias y revolucionarias como un autentico embrión del renacimiento de una nueva amenaza fascista, ni nazi ni musoliniana, pero sí patriota, racista, xenófoba y totalitaria, representada en buena medida en todos esos nacionalismos polacos, serbios, checos, húngaros y demás cada vez activos incluso en la política oficial, pero desapercibidos a veces por no rodearse de parafernalia fascista tradicional.


El hecho de que lo que ocurre en Ucrania surja directamente de la oposición entre el neocorporativismo liberal occidental y el imperialismo ruso demuestra la confrontación existencial entre bloques económicos, culpables en buena medida de crisis y guerras y que empieza a parecerse demasiado a ese concepto prefabricado históricamente que se llamo Guerra Fría. También demuestra la utilización por parte de la reacción de los momentos de conflicto en beneficio de su propaganda, incluso superando a los representantes oficiales. El hecho es que, por muy lejano que pueda parecernos culturalmente el conflicto, no podemos pasar por encima de ello sin hacer un autentico análisis más allá de imágenes espectaculares y noticias oficiales. Y esa es quizás la labor de los revolucionarios aquí y allí, conseguir que los intereses políticos y la manipulación  informativa no terminen por redirigir y desvirtuar conflictos. En cualquier caso, el desconocimiento, fruto de la desinformación de unos y otros, se hace un obstáculo para conocer el verdadero origen, alcance y repercusión social de las movilizaciones ucranianas, más allá de ultranacionalistas, naranjas pro europeos, azules pro rusos, o liberales capitalistas. Por ello se haría necesario el contacto con organizaciones ucranianas de carácter antiautoriatario que, por ejemplo, en los últimos años han sido visibles en el aspecto antifascista o barrial en varias partes del país, y que desde aquí no hemos conseguido contactar. Y es que, hoy más que nunca se evidencia que nada pasa ya por azar, y que aprender y saber ver entrelineas  las protestas  es fundamental para no permitir redirigir el descontento y la luchas populares hacia intereses externos.

Ucrania se ha convertido en un escaparate de la extrema derecha en Europa y ahora que parece que todo se ha acabado con la orden de detención de Yanokovich, Timoshenko liberada y convertida en heroína del nuevo populismo, y el nacionalismo sentado en el parlamento pidiendo la expulsión de rusos, comunistas y judíos del país habrá que estar muy pendiente de ver que sale de esta caotica situación y que ocurrira cuando el país evidencie el colapso económico al que se dirige desde hace tiempo. 

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