A la Cruz Negra Anarquista, Joaquín Garcés Villacampa y Amadeu Casellas
Anarquistas, ácratas o comunistas libertarios son algunas de las denominaciones que han recibido aquellos seguidores de una teoría política que ansía la construcción de un mundo sin gobiernos mediante la combinación de libertad individual y justicia social. No se aspira a ocupar la parcela o estructura de los explotadores ni el poder de los políticos, sino destruir la estructura en que ambos se imbrican.
Sin ánimo de caer en el panfleto fácil, el lector deberá juzgar si he cumplido tal pretensión, paso a desgranar el hoy maltrecho concepto de antiautoritarismo. Tal análisis nace con inevitable vocación didáctica y recopilatoria como aproximación histórica a aquellos hombres y mujeres tiempo atrás vividores según un pensamiento basado en la perpetua exploración del mutuo respeto de intereses. Y no es sino la comprensión de conceptos como autogestión, acción directa, internacionalismo, autonomía, anarcosindicalismo, democracia participativa, bien común, libre federación, asamblea de iguales o pedagogía libertaria, el objetivo de las líneas que siguen.
Libros de texto y manuales escolares de historia no cambian demasiado con el transcurso de las décadas, al margen de la necesaria variación léxica que acompaña los tiempos y los personajes a encumbrar en cada momento histórico. Aunque su revisión nos produce, con frecuencia, cierta sorna, no ha de obviarse que cumplieron su inicial función de institucionalizar el orden establecido durante el tiempo necesario. Una domesticada asimilación de conocimientos mutilara el fomento de actitudes críticas que cuestionen conceptos absolutos, labor que requiere la previa adquisición de una adecuada capacidad de análisis. Cualquier fuente de conocimiento, por falsa, manipulada o reaccionaria que pudiera resultar, es, a éste respecto, positiva para el poseedor de una formación previa. Por el contrario, puede resultar tremendamente negativa para alguien incapaz de elaborar una interpretación razonada de la misma, que contraste información y datos mediante los códigos adecuados. El objetivo, como institución, de la escuela, privada o estatal, reside en el afianzamiento de la estructura social dominante. Su función es por tanto preparar la inserción del alumno en el mismo. La aceptación de éste se contrapone a la amenaza de miseria, fracaso o castigo, que puede conllevar la oposición al tinglado. Sin embargo, existen alternativas educativas basadas en una concepción colectiva del desarrollo personal y comunitario, autónomas al control de jerarquías externas. La idea de un bien común, que arranca de la creación de cauces coeducativos a través de los cuales el individuo aprenda a discernir y escoger sin coacción, como capital vehículo de una necesaria transformación social con célebres ejemplos en La Ruche, Summerhill, Hamburgo, o Paideia, escuela libré ibérica surgida en Mérida en 1978. No puede haber revolución sin teoría revolucionaria ni estrategia sin capacidad de análisis, resultando necesarias nuevas formas de pensar que omitan las viejas de errar.
El consumo se articula a través de corporaciones cuyos productos definen a la masa. Pero no es el fomento de un movimiento de masas lo que desde aquí se propugna, sino la creación de una fuerza de clase conscientemente organizada, con la práctica del colectivo como vía alternativa a la estructura social dominante. Una realidad con la ambiciosa pretensión de convertirse en fuerza social determinante en el futuro. El colectivo dará prioridad a la acción local habiendo suprimir el más mínimo interés por desempeñar el papel de vanguardia. Asume la capacidad de autoorganización como vía materializadora de una alternativa real a la participación de masas.
El pensamiento libertario no admite esquemas estereotipados y no puede explicarse a base de trillados tópicos. La democracia participativa directa supondrá una toma de decisión colectiva por los afectados en cada cuestión concreta. Cada grupo o comunidad se autogobierna dentro de un orden social descentralizado y si no es posible la autosuficiencia existe la viable alternativa de federación, en plano de igualdad, de comunidades, colectivos o grupos, en entidades de mayor envergadura capaces de avanzar en la realización de los proyectos necesarios de cara al diseño de una convivencia lo más horizontal y justa y horizontal posible. La acción directa resulta una línea estratégica esencial, muchas veces confundida con la acción violenta. En realidad esta consiste en la resolución de los problemas por los propios afectados, sin interferencias externas ni mediadores. Los métodos dependerán de contextos sociopolíticos y habrán de evaluar los objetivos considerados. La universal concepción de solidaridad entre pueblos e individuos, así como la libre federación de éstos en un mundo sin estados, fronteras o estructuras que los enfrenten. No defiende la revolución en un solo país, que habría, en tal caso, de dotarse de una estructura defensiva ante seguras agresiones externas, lo que desembocaría en un nuevo estado. Independientemente del lugar de nacimiento de cada ser humano, la solidaridad ha de extenderse a los oprimidos de cualquier lugar del globo.
La anarquía no es sinónimo de caos o desorden, errónea acepción que aún hoy resulta de uso común en los indocumentados, e interesados, medios de comunicación. Su aspiración estriba en ser el orden social más justo posible, donde reflexión, decisión y acción habrán de ser participativas, horizontales y descentralizadoras, implicando tal planificación autogestionaria la toma colectiva de decisiones por los afectados en cada cuestión concreta. Propugna el cauce estructural para una organización social que nivele a los individuos a la categoría única de productores consumidores, sin concurrir, entre estos, más diferencias que las naturales: aptitud para producir y necesidad de consumir. Tal estructura implica la supresión de conceptos como privilegio y miseria requiriendo de comités estadísticos, organización confederal e, incluso, milicias antiautoritarias, como vía de contrarrestar la problemática económica que originaría la plausible circunstancia de producirse más de lo que se consume, generándose con ello un notable excedente a redistribuir por ¿quién? Ha de ser escrupuloso el respeto a la voluntad popular de una colectividad, verdaderamente libre para cambiar el rumbo cuando ello fuera decidido asambleariamente. Una sociedad igualitaria con la supresión del interés económico particular, que planteé una producción verdaderamente libre y voluntaria basada en la plena socialización de los medios productivos. Una sociedad creadora de intereses económicos colectivos no necesariamente destructora de la propiedad privada. La pugna por una igualdad económica como baluarte de la demandada justicia entre los irracionales primates que, de un modo efímero, dominan éste remoto e insignificante planeta.
“La anarquía no es un espectáculo de salón para negociantes con el estado o para quién da ruedas de prensa por TV”.
La aparición, en época neolítica, de la propiedad privada, gestó estructuras que dieron lugar a las que se definieron como sociedades segmentarias, fuertemente jerarquizadas en la Edad del Bronce. La redistribución del excedente, propiciado por un incipiente sedentarismo ambientalmente determinado, llevó a la especialización funcional de las tareas en las primeras comunidades urbanas de una historia que la arqueología hace arrancar en la aparición de instrumentos contables. Ello fraguó, siete milenios atrás, un modelo piramidal justificado a través de la nueva religión, no basada ya en las creencias chamánicas y animistas de los cazadores recolectores, que asociaba la actividad sacerdotal, ya a tiempo completo, con la casta a la que se asociaba el gobierno de las primeras ciudades de la historia, ubicadas en la legendaria tierra de Sumer, actual Iraq.
La anarquía no es una teoría contemporánea, el término viene del griego an archos (sin superiores) empleándose desde muchos siglos atrás por despreciadores de la ley y los serviles conservadores de la moral pública. El duque Philipe de Bello, ya lo usó para calificar a sus desobedientes opositores en el siglo XIII.
Entre fines del siglo XVIII y el primer tercio del XX se conformaron las bases del pensamiento antiautoritario con el planteamiento de este como un fin práctico, teorización coetánea a la confección del primer corpus ideológico que, por primera vez en la historia, anteponía el individuo y los derechos individuales a territorios y fronteras propiedad de reyes, nobles y opulentos tiranos. Graco Babeuf y la Conspiración de los Iguales, de 1776, consideraron la propiedad privada como fuente principal de cuantos males afligían a la sociedad.
La conquista del poder fue la gran preocupación de la mayoría de los revolucionarios decimonónicos, incluso los mejor intencionados. Otros pocos, vacunados de ambición personal, representaron un espíritu verdaderamente nuevo que buscaba un sentido completamente distinto a la palabra sociedad: convivir, compartir y asociarse en verdadera igualdad.
Junto a Filipo Buonarroti, aristócrata pisano colaborador de Babeuf que desde Ginebra contribuyó a difundir la lucha contra los gobiernos e implantar el igualitarismo, William Godwin, clérigo inglés que colgó los hábitos hacía 1792, pasa por ser uno de los primeros teóricos del anarquismo, ejerciendo profunda influencia en poetas ingleses de principios del XIX, y algo menos en autores políticos.
Charles Fourier se encuadra historiográficamente entre los autores que se vinieron a autodenominar socialistas utópicos, en buena medida más preocupados por describir la sociedad perfecta que por la conspiración revolucionaria. Sin embargo, la corriente intentó forjar sociedades más justas, atacando el modelo de estado capitalista, controlado por unos pocos, convertido en instrumento opresivo de clases obreras y campesinas. El ideólogo galo propuso, en los años treinta del siglo XIX, los falansterios, comunas autosuficientes dónde hombres y mujeres vivían en plena igualdad, rotando actividades productivas realizadas en régimen cooperativo. Se conectaba así con cierto anti-industrialismo latente en determinados círculos intelectuales europeos, que explícitamente distinguieron entre lo necesario y lo superfluo del consumo.
El prusiano Max Stirner reflejó la defensa del individuo frente a la colectividad, rechazando instituciones preestablecidas como el estado, la familia o las clases sociales. Su pensamiento fue recuperado por el poliédrico Nietzsche que, a su manera, también ejerció cierto impacto en los medios libertarios a través de una individualista justificación para la ruptura de normas materializada por algunos artistas desde inicios del siglo XX. El novelista ruso Leon Tolstoi (1828-1910) es considerado por muchos como fundador de un “cristianismo libertario”, que propugnó la abolición propiedad privada como único camino de alcanzar el reino de Dios e tanto que destruiría muchos de los males que envilecen la humanidad. Pacifismo al que se añadía la necesidad de una austera existencia que rechazara el lujo y los valores burgueses.
Entre los autores decimonónicos con más influencia teórica en la configuración del pensamiento libertario se encuentra, sin duda, el francés Pierre Joseph Proudhon, que extrajo de Hegel la idea de una eterna presencia de contradicciones en los sistemas sociales, mezcla de racionalidad e irracionalidad en continua pugna en el seno de la naturaleza humana. Proudhon planteó la idea de autogestión como una dimensión de libertad, al eliminar la esclavitud económica a la que era y continua siendo sometido el individuo.
El anarquismo rebasó ampliamente la concepción de mera especulación teórica gracias a una considerable cantidad de activistas que lo moldearon impulsando organizaciones y colectivos con la pretensión de destruir la sociedad capitalista. Tras abandonar el ejército en 1835, El aristócrata ruso Mijail Bakunin (1814-1876), contactó en Berlín con algunos círculos hegelianos, iniciando un periplo por distintas urbes europeas dónde fundó organizaciones revolucionarias secretas que participaron en revueltas y conjuras antiautoritarias, especialmente la revolución obrera de 1848, convirtiéndose en bestia negra de la policía. Capturado por el ejército prusiano fue condenado a muerte, permutándosele la pena por cadena perpetua y permaneciendo encarcelado hasta 1861, cuando escapó de Siberia con ayuda de oficiales del ejército zarista. Viajó por San Francisco, Japón, Nueva York, Londres o Nápoles, ciudad dónde fundó la Alianza de la Democracia Social y la liga secreta Fraternité Internationale y enclave dónde también eclosionó el primer núcleo de la Internacional.
En 1864 se fundó en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), que celebra su primer congreso en Ginebra en 1866. Italia resultaría el lugar preferido por Bakunin para extender inicialmente la acracia, influyendo en toda una generación antiautoritaria en una Italia aún por unificar. En 1867, otro tinglado conocido como Liga para la paz y la libertad, con el desproporcionado propósito de unir Europa bajo un único gobierno republicano, celebró un congreso en Ginebra al que asistieron, entre otros, Víctor Hugo, Stuart Mill, Herzen o Garibaldi.
En el III Congreso de 1868, Bakunin es aceptado en el seno de la Internacional. Por entonces, las tesis del mutualismo proudhoniano resultarán desechadas en favor de la colectivización de los medios productivos, ratificándose la huelga como medio de oposición al desigual capitalismo creciente. La lucha obrera había de discurrir por un camino revolucionario que aboliera gobiernos y jerarquías de cualquier clase.
Tanto Marx como Bakunin concibieron una idealidad de transformación social con las asociaciones obreras internacionales como principal arma. El objetivo no era sino la organizativa unión de todos los trabajadores del mundo para oponerse a la explotación primero y destruir el capitalismo después.
Tras la guerra francoprusiana de 1870 surgieron las primeras discrepancias severas en el seno de la Internacional, ya que Carlos Marx se mostró proprusiano y Bakunin acusó a éste país de haber provocado el conflicto que enterró en tercer imperio napoleónico. Un año antes, durante el IV Congreso de la Internacional en Basilea de 1969, Bakunin propuso la desaparición del derecho de herencia, calificando Carlos Marx tal pretensión de desviación teórica.
Obrerismo y sindicalismo no eran por tanto concebidos como un fin en si mismos, sino como el medio de oposición al opulento estamento patronal, llamado a extinguirse con la desaparición de éste. La inicial pretensión sindicalista de apropiación, por parte de os obreros, de la dirección económica del mundo, fue truncada con las luchas por el predominio y la hegemonía de intereses en el seno sindical. Todo ello dio un corte netamente burgués, acorde al devenir de la socialdemocracia un siglo después.
La Comuna parisina de 1871 constituyó un serio intento de transformación social revolucionaria en una ciudad sitiada por las tropas del Segundo Reich, reformulando premisas sistematizadas en 1793, con epicentro en la soberanía popular que sepultó los absolutismos y el Antiguo Régimen. Los elegidos para representar al pueblo actuarían únicamente como delegados y no como miembros del Parlamento, 81 comuneros, entre los que había médicos, maestros, trabajadores manuales, arquitectos, abogados, veterinarios, comerciantes, carpinteros o libreros, que carecían, en buena medida, de experiencia política. Ello detonó en no pocos debates dispersos y eternos, enmarcados en agrias discusiones que frecuentemente conducían a una disputa mayor. No obstante, cuestiones como la educación o la reforma de las condiciones laborales, mostró los positivos efectos de una experiencia sindical ya marcada en algunos de los miembros de la comuna, la mitad de los cuáles habían estado implicados en el incipiente movimiento obrero francés. Los más veteranos, entre ellos Charles Deleschulz, habían sido jacobinos radicales en la revolución de 1848.
Instaurada el 28 de marzo, la Comuna de Paris comenzó a sufrir el 2 de abril de 1871 la ofensiva de las tropas del General Thiers, fuerzas gubernamentales que entraron en la ciudad abriendo 5 brechas. Las más de 600 barricadas extendidas por París, muchas con una altura superior a dos metros, no evitaron la masacre primero y la brutal represión después, con millares de muertos y fusilados. Tras los acontecimientos París permaneció durante cinco años bajo la ley marcial y la Internacional fue puesta fuera de la ley, con activos exponentes obreristas ejecutados, presos o en el exilio. Los estados pasaron a verse reforzados con el apoyo de una burguesía industrial y financiera que veía en ellos un cauce de expansión económica y que, con no otro objetivo, reinventó laxas demandas nacionalistas. A efectos militares se acometió el ensanche parisino donde hoy se ubican los campos elíseos, de cara a permitir el paso de cañones y maquinaria bélica pesada, cuyo bloqueo en las angostas “rues” del París medieval había prolongado la insurrección.
El pensador ruso Kropotkin consideró la existencia de dos fuerzas contrapuestas en las sociedades humanas: las del apoyo mutuo por un lado y las de aquellos que impusieron normas arbitrarias, desviando a la humanidad de su cauce natural, por otro. Su pensamiento hizo hincapié en la importancia de la producción, además de la distribución, en la organización de la nueva sociedad, por lo que resultaba necesario colectivizar tanto los medios de producción como los bienes obtenidos, estableciendo una estructura comunista no jerárquica, o sea libertaria. La autogestión será una idea clave en la nueva organización. Comunas libres coordinadas entre sí en la que cada trabajador recibe según sus necesidades. Kropotkin resultaría expulsado de Rusia en 1880, tras la publicación de una serie de artículos recopilados mas tarde en Palabras de un Rebelde. Preso en Lyon entre 1882 y 1886, acusado de estar afiliado a la Internacional, impartió clases a otros reos. Tras el cautiverio se asentó en Londres, regresando a su Rusia natal tras el estallido de la revolución en 1917, escribiendo entre tanto La Conquista del pan, Campos, fábricas y talleres, La ayuda mutua, La moral anarquista y Ética, obra póstuma. Su influencia fue notable en los círculos anarquistas europeos del momento, que fueron arrinconando el inicial cariz colectivista para proclamar el comunismo libertario.
El V Congreso de la Internacional en La Haya en 1872, supuso la definitiva escisión del movimiento obrero internacional y la práctica desaparición de la AIT. Los antiautoritarios celebraron, por iniciativa italiana, una reunión en Saint Imier, en septiembre de ese año, en la que decidieron continuar con la Internacional, al margen de los verticales autoritarios. La primera AIT dejó definitivamente de existir tras el congreso de 1876 celebrado en Filadelfia.
El decaimiento físico y psíquico de Bakunin, que fallece en 1876, le llevó a considerar en sus delirios de senectud que las masas populares no habían deseado nunca el socialismo, como hace saber a su amigo Guillaume en una carta. Aunque, tras esto, Bakunin participa en un fallido levantamiento en Bolonia durante 1874, los tiempos le dan, en parte, la razón. El nacionalismo, con las unificaciones italiana y alemana, había perdido buena parte de su primer impulso revolucionario. Los estados se reforzaban en base al creciente apoyo de una burguesía industrial y financiera que los consideraba fuente de expansión económica. El desarrollo de técnicas antirrevolucionarias, policiales y militares, hizo que cada vez resultara más complicado enfrentarse en las barricadas a las fuerzas gubernamentales cada vez más profesionalizadas. La mayoría de los estados europeos mantenían aún una producción fundamentalmente agrícola, con focos industriales aislados en Prusia, Inglaterra, Países Bajos, Lombardía o Catalunya. Un campesinado que era exprimido por pocos millares de grandes propietarios en el papel de meros terratenientes preocupados tan solo de obtener el mayor rendimiento posible a sus cosechas en los mercados internacionales.
El pensamiento marxista señaló al proletariado industrial como principal motor del progreso, estamento con la sacrosanta misión de conquistar del poder para establecer el socialismo. Los libertarios, por su parte, no consideraban la revolución como un cambio necesariamente protagonizado por una clase, ya que el objetivo era liberar a toda la humanidad de la degradación moral que el capitalismo propiciaba hacía décadas. El marxismo tachó al pensamiento libertario de utópico, pequeño burgués, soñador e incapaz de llevar a cabo la revolución, considerándolo, con mucho desatino como años después quedo demostrado, una corriente preindustrial condenada a desaparecer ante el avance de la civilización y el progreso de la sociedad. El comunismo no precisó desde entonces apellidarse “libertario”, sino para distinguirse de otro que ofrecía ser implantado como un programa político más, dónde toda iniciativa corre a cargo del estado que posee los medios coercitivos necesarios para su implantación.
El Congreso Internacional Anarquista, celebrado en 1881 en Londres, explicitó, con no poca virulencia verbal, lo que se vino a llamar “propaganda por el hecho” o “propaganda por la acción”, acciones violentas realizadas, la mayor parte de las veces a título individual, por anarquistas generalmente no organizados en grupos concretos. Ataques contra altos cargos políticos, magnates financieros, personalidades relevantes o enquistadas instituciones. Hasta ese momento, la violencia no había sido puesta en entredicho como inevitable trayecto para alcanzar la vía revolucionaria, aunque desde la perspectiva de un pueblo alzado en armas contra el poder establecido. Tal concepto no es, sin embargo, una invención de los anarquistas, sino que nace de algunas argumentaciones de Giuseppe Manzini, en forma de teorizaciones ineficazmente aplicadas por Carlo Pisacante en la segunda mitad de los años 50 del siglo XIX. Dos décadas después, tal línea de acción es introducida en el ambiente libertario por los también italianos Carlo Cafiero y Enrrico Malatesta, intentando ser empleadas por el anarquismo como un medio de despertar a una sumisa y aletargada sociedad, conceptualizándose, a partir de ese momento, una lucha armada erróneamente considerada sinónimo de terrorismo. Durante su estancia en Berna en 1869, el propio Bakunin había entrado en contacto con el, también ruso, Nechaev, acérrimo defensor de la vía armada en pos de una requerida rebelión popular. En esa línea de pensamiento, ambos escribirán un Catecismo Revolucionario que proclamaban la total lucha contra el aparato estatal. Coetáneamente, los marxistas comenzaron a crear los partidos políticos que fundan la II Internacional, quedando las decenas de millares de libertarios del viejo continente, dispersos en variopintos grupos, la mayoría de las veces semiclandestinos y autónomos. A ello contribuyó enormemente la asociación entre libertario terrorista, sanguinario y demente, que esencialmente alimentada por las autoridades resulta no pocas veces reflejada en literatura y mentalidad de la época. La feroz criminalización, iniciada tras la fundación e la II Internacional, contribuyó también al recrudecimiento de las técnicas represivas que entonces fingían evitar una gran conjura internacional. Metodología no poco alejada de la sutileza puesta de manifiesto en una conferencia internacional antianarquista, que, celebrada en Londres en 1898, contó con la asistencia de no pocos delegados políticos y mandos policiales de distintos países. Si bien es cierto, resulta necesario asumir que, con cierta frecuencia, fines puramente delictivos pretendieron enmascararse bajo una causa supuestamente libertaria, otros muchos organizaron su ira, dirigiéndola con plena conciencia de reivindicación social a pesar de que en algunas de esas acciones cayeran inocentes, como sucedió en la Bolsa de París, el Liceo de Barcelona, el 7 de noviembre de 1893, o la procesión del corpus de 1896, mbién en la ciudad condal. Éste último hecho desencadenó una ola represiva sin precedentes en Catalunya, con más de cuatro centenares de encarcelados, torturados e incluso ajusticiados sin garantías jurídicas. Representativa resultó también, a éste respecto, la eliminación de los presidentes de la República francesa y EEUU, Carnot y McKinley, la del rey de Italia, Humberto I, la de la emperatriz de Austria, o la del presidente del Consejo de Ministros español, Don José Cánovas del Castillo, consumada en el guipozkoano balneario de Santa Agueda por el anarquista italiano Angiolillo.
La lucha mundial de los poderes establecidos contra el anarquismo tomó forma tras la explosión, el 1 de mayo 1886, de un artefacto explosivo casero detonado en medio de la muchedumbre durante un choque entre la policía de Chicago y obreros que reivindicaban la jornada de 8 horas.
El triste episodio se convirtió en un símbolo para el obrerismo mundial, sobre todo tras la ejecución de cuatro libertarios acusados y condenados con ramplonas pruebas. A partir de ese año, los diez primeros de mayo siguientes se tornaron en conatos insurreccionales en muchos países. Tres décadas después, los italianos Sacco y Vanzetti serían condenados a la silla eléctrica, en un proceso también presidido por los prejuicios de una conservadora sociedad norteamericana que veía en el ideario libertario la destrucción de sus más profundos valores morales.
Aunque marginado de los primeros congresos de la II Internacional, de la que los libertarios fueron expulsados en 1896, el movimiento anarquista continuó extendiendo el ideario internacionalistas de la revolución. La confluencia de éste con la lucha sindical, generó entones lo que se conoce como anarcosindicalismo, instrumental recambio con la función primordial de coordinar una creciente masa social, frecuentemente dispersa por su propia naturaleza ideológica.
En la Francia del positivismo científico y el auge capitalista e industrial, propios de los primeros compases de la vigésima centuria, eclosionaron entre algunos círculos libertarios los naturien, por iniciativa de Emile Gravelle con la publicación de L’Etat natural. Individualmente o en colectivo los seguidores de tal pensamiento no sólo ensalzan la naturaleza y denigran la civilización sino que escudriñan y experimentan formas acordes con su pensar. Postulan que la miseria no es inevitable; que con la sola producción natural del suelo se obtiene la abundancia; que la salud es la condición normal de la vida; que los males físicos (epidemias, enfermedades y deformidades) son obra y consecuencia de la civilización.
A finales del siglo XIX el movimiento libertario italiano era una fuerza dispersa y el intento de Malatesta, Merlino y Cipriano de fundar en 1981 el Partido Anarquista-Socialista-Revolucionario, con el propósito de coordinar todos los grupos autónomos, no llego a consolidarse. En 1912 y a pesar de los recelos de Enrico Malatesta, expresados en el Congreso Anarquista Italiano de Roma de 1907, ácratas y sindicalistas revolucionarios fundaron en Módena la Unione Sindicale Italiana, que alcanzó el medio millón de afiliados en 1919, cuando la revolución soviética intensificó y aceleró las reivindicaciones del anarcosindicalismo italiano.
El color negro se asoció a la anarquía desde fines del siglo XIX, como símbolo diferenciador del “socialismo de estado” representado por los marxistas. Muchos grupos emplearon la palabra “negro” en sus denominaciones, titulándose con ella no pocos periódicos y paskines libertarios, más que probablemente inagurados con la publicación francesa Le Drapeau Noir, Bandera Negra (Blag Flag en Inglés). Black Internacional fue la designación de un grupo libertario londinense, fundado en 1881, que asoció a un estandarte negro su simbología,. Iconografía en relación con la Jolly Roger, o pabellón negro sobre el que los piratescos filibusteros del siglo XVIII estampaban un cráneo y dos tibias, o sables, cruzados. El Negro absoluto viene a reflejar la uniformidad internacionalista de una anti-bandera que rechaza todo límite, renegando de toda ideología y de todas las demás banderas en especial la bandera blanca, símbolo de rendición y sometimiento a una autoridad superior. La bandera negra fue izada por primera vez en la Torre de la Cámara de París en julio de 1830, expresando el rechazo al capitalismo, los políticos y el estado. Emiliano Zapata también empleo de forma célebre la Jolly Roger en 1910, al desplegarla sobre el slogan “Tierra y Libertad”. En el curso de la revolución rusa de 1917, el insurrecto ucraniano Nestor Makhno constituyó unas milicias conocidas popularmente como Ejército Negro, finalmente barridas por el todopoderoso Ejército Rojo. El pabellón rojo y negro del anarcosindicalismo fusionará el negro ácrata y el rojo sindicalista. El símbolo del Gato Salvaje, diseñado por el estadounidense Ralph Chaplin, es asimismo emblema universal actual del sindicalismo radical.
En Sudamérica el anarquismo fue impulsado por emigrantes españoles e italianos que contribuyeron a la formación de centrales sindicales como la argentina Federación Obrera Regional, en 1901. Ricardo Flores Magón fue el más significativo exponente libertario en la revolución mexicana, contribuyendo a la difusión del anarcosindicalismo en los núcleos urbanos, mérito que le llevó al penal estadounidense de Leavenworth, dónde falleció, tras cuatro años de trabajos forzados, el 21 de noviembre de 1922
El antimilitarismo saltó a la palestra tras primera la Gran Guerra mundial, que recibió el masivo rechazo de los anarquistas, a pesar de firmar Kropotkin un manifiesto a favor de los aliados, desliz que le granjeo una fuerte antipatía de muchos de sus correligionas, entre ellos Malatesta. Los conflictos obreros se multiplicaron en el campo y la ciudades, oponiendo las fuerzas burguesas la creación de milicias “cívicas” para sofocar las revueltas, ya que existía un fundado temor a emplear al ejército y que éste pudiera confraternizar con los trabajadores, como había sucedido durante la revolución rusa. El fascismo será pues la tabla de de salvación burguesa ante la irrupción de la revolución proletaria en Europa. La oposición a la militarización no se reducía a ejércitos y guerras, sino que abarcaba todo el espectro social y el refuerzo de cuerpos represivos, instituciones estatales y, en definitiva, todo vestigio de autoritarismo.
La revuelta parisina de mayo de 1968, se extendió pronto a los sindicatos franceses que, contagiados del espíritu revolucionario estudiantil, declararon en todo el país una huelga general, a la que fueron más de diez millones de trabajadores que pusieron en jaque al gobierno del todopoderoso héroe galo de la Segunda Guerra Mundial General De Gaulle. El Partido Comunista sofocó ideológicamente una rebelión cuya fuerza inicial residía en la autonomía, o inexistencia de una cabeza visible con la que negociar el cese de las algaradas, contempladas con igual o mayor virulencia, aunque no tanta celebridad, en otras Universidades y urbes americanas y europeas, como Berkley, Columbia, Berlín, Buenos Aires, Bruselas o México DF, dónde las fuerzas del orden asesinaron a decenas de estudiantes. En Gran Bretaña se ocuparon las Universidades de Cambridge, Essex y un montón de colegios y escuelas de arte. De estas luchas estudiantiles, obreras, feministas y squaters surge en el corazón del decadente y cada vez más testimonial, Imperio Británico el germen de la Brigada de la Cólera, grupo fuertemente influenciada por el pensamiento libertario ibérico de 1936, y que toma su nombre de los “enrages” (coléricos) franceses, o grupos de estudiantes más activos durante el más mayo parisino. Los grupos libertarios españoles habían trasladado su lucha hacía posiciones más clandestinas trasladando acciones a otros puntos de Europa. Así, el grupo 1º de Mayo extenderá sus actuaciones contra embajadas e intereses españoles. En febrero de 1969 explotan sendas bombas en los bancos de España y Bilbao en Londres. Campaña de ataques con artefactos que se prolonga hasta bien entrado 1970. Más que una organización unitaria el fenómeno responderá a una serie de grupos extendidos por toda Gran Bretaña, practicando ataques difusos reivindicados con un mismo nombre, ejemplo de descentralización. En 1981 un comunicado de la Brigada de la Cólera se ratifica en no seguir estrategias de terror como las practicadas por la RAF, Brigadas Rojas, ETA, OLP u otros grupos de corte autoritario. El verano del 68 la ciudad italiana de Carrara acogió un nuevo congreso internacional anarquista que dio forma definitiva a lo que será la Internacional de Federaciones Anarquistas (I.F.A).
Más allá de la etiqueta violenta, tradicionalmente asignada al anarquismo por el poder establecido, éste sobresale en la historia reciente por el uso de un arma tanto o más eficaz: la educación y el aprendizaje, mayúscula seña de identidad de la ideología libertaria. A éste respecto, la edición de periódicos, revistas, fanzines, panfletos, y, desde hace una década, webs y bolgs, ha caminado con frecuencia por delante de la militancia real de cada momento y lugar, hecho lógico ya que una corriente verdaderamente antiautoritaria no puede concebir, mediante la violencia, la imposición de soluciones a una mayoría de individuos. La conquista de la libertad solo es posible mediante una mayoritaria asunción de un estilo s dede vida totalmente opuesto al imperante, impuesto desde un poder económico con la connivencia de la política profesional, ya sea socialdemócrata, centroderechista o totalitaria.
Barruntan su desarraigo
las hordas desheredadas
violencia contra el que manda
aplastando el servilismo
noche de Walpurgis jornada de Kaos
los desarrapados se han amotinao
hijos de la noche fuera de control
el negro estandarte hasta el alba ondeó
(Descarriados –Hijos de la Noche- 2008)
LA REVUELTA PIQUETERA
Durante la década de los noventa la privatización de empresas públicas a bajísimo precio, la reconversión del estado y la precarización legislativa en materia laboral, llevó a la desocupación a casi un 30% de la población activa argentina, cifra añadida en indignante tiempo record al similar porcentaje ya excluido del mercado. A principios de 2001, la tensión marchaba hacía una quiebra inexorable de un sistema cuyos excesos prácticamente habían borrado del mapa a la clase media porteña, con un inoperante gobierno que acorralaba los depósitos bancarios y respondía, a partir de diciembre, con más represión al estallido popular. La declaración de estado de sitio fue contrarrestada con una insurrección multisectorial, que la tornó inoperante, siendo derogada en silencio en poco tiempo. El discurso del presidente De la Rua constituyó un propio detonante del activo y espontáneo de un movimiento de indignación social, que no tuvo líderes ni convocantes encumbrados después, sorprendiéndose los opositores y la propia izquierda del nivel de autoorganización del no tan súbito estallido. La desobediencia al estado y sus instituciones desató, no solo una respuesta directa y contundente en la calle, sino buen número de experiencias autogestionarias, poco aireadas esos días en los medios de comunicación nacionales y extranjeros, que se desarrollaron con distinta suerte a lo largo y ancho del país. La movilización de diciembre de 2001 continuó durante los meses de enero y febrero del año siguiente gracias a una vanguardia activa, los piqueteros, siempre protagonistas de una agitación urdida e iniciada con bastante anterioridad a los hechos de diciembre, dónde se dieron a conocer. Las asambleas barriales permitieron entonces la politización y discusión de sectores sociales hasta entonces no poco alejados de tales prácticas. La Federación Libertaria Argentina, la Organización Bandera Negra, la Unión Fraternidad Anarquista de Berisso, el grupo Nueva Aurora y la Organización Anarquista del Barrio de Flores, en la capital porteña, entre otros colectivos, canalizaron la ayuda a los más débiles apoyando emprendimientos productivos cooperativos en fábricas ocupadas.
ANARCOINDIANISMO
Propuesta que parte de una reinvención del pensamiento libertario desde las prácticas cotidianas y permanentes de todos los pueblos indígenas, reformulando el análisis externo de la realidad de éstos. Supondrá una adaptación del pensamiento libertario a particularidades históricas, étnicas, culturales y ecológicas no fraguadas en la estricta lucha de clases consecuencia de la Revolución Industrial en Europa, planteándose como vía de recuperación del sentir solidario, comunitario, comunal y colectivista que caracterizó, desde milenios atrás, a numerosos pueblos indios del planeta.
El análisis de la realidad indígena parte, la mayoría de las veces, de un etnocéntrico esquema que, en el mejor de los casos, condujo al paternalismo occidental respecto al mal llamado Tercer Mundo. El discurso anarcoindianista reivindica el desarrollo de un pensamiento propio, quizás con una etiqueta proveniente del occidental, pero portador de una coherente reformulación del indianismo desde una concepción filosófica y vivencial compuesta por valores universales, internacionalistas y multiculturales. La oposición desatada entre la naturaleza y el ser humano, contrasta con el equilibrio que propugna la racionalización de los medios de producción en base al respeto y fomento del equilibrio con el medio y la revalorización de las prácticas medioambientales tradicionales.
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