(Artículo enviado a nuestra cuenta por uno de nuestros lectores. Muchisimas gracias.). Autor:G.F.L.
1) Antecedentes
históricos de la injerencia
Para
entender la actual dominación político-económica alemana en el continente,
habría que remontarse a los periodos históricos recientes, en los cuales
Alemania ejerció una influencia hegemónica clara en todo el continente, espejo
del actual dominio.
Aunque
siempre ha habido una influencia político-económica germana en el continente
europeo desde la formación de los estados-nación durante la época medieval, a
través del Sacro Imperio Romano Germánico, no es a partir del siglo
XIX cuando se crea y se forma oficialmente el estado alemán, comenzando
una hegemonía alemana europea.
Alemania,
hasta 1871 vivía separada en numerosos estados, gobernados por príncipes
soberanos que históricamente vivían bajo la influencia de la casa de Habsburgo,
en Austria. A mediados del siglo XIX, uno de esos estados alemanes, el más
poderoso de todos, Prusia, dirigido por su rey o “káiser” Guillermo I, y bajo
el gobierno de su canciller, el terrateniente prusiano Otto von Bismarck, inicia
un proceso de unificación nacional, con el objetivo de unir a todos los
estados cultural e históricamente alemanes en un solo estado. De esta forma,
Prusia, bajo el poder económico de su poderosa clase terrateniente
aristocrática (junker) y la incipiente burguesía industrial urbana, crea y
fortalece su poderoso ejércit,o que en apenas siete años consigue
unificar a todos los estados alemanes, derrotar al ejercito danés y anexionar
sus territorios, expulsar la presencia austriaca e invadir y derrotar al
poderoso imperio francés en 1871. Así, la unidad alemana se fragua entre el
calor de la invasión y la expansión territorial del naciente imperio alemán (II
Reich) por toda Europa.
Para
1871, el káiser Guillermo I había sido nombrado emperador y logrado la adhesión
de todos los estados alemanes, creando el imperio alemán, que se expandía mucho
más allá de las fronteras históricas y culturales germanas. Una vez lograda la
unidad política, Alemania empezó a fraguar su crecimiento económico a través
del poderoso desarrollo industrial, fundamentalmente del acero y
de la industria química (que daría origen a los grandes monopolios capitalistas
alemanes posteriores como la Krupp- Thyssen o la Bayern), del inicio de los
monopolios financieros ( Deutsche Bank ), de las manufacturas textiles, y de la minería del carbón (zonas del Sarre y el Rhur). La supremacía
económica alemana (que le daría el poder político) estaba en proceso de
gestación y ya para finales del siglo, Alemania se convirtió en la potencia
económica dominante en el continente y el segundo mayor país exportador después
de Estados Unidos.
Esta
supremacía económica le daría, durante la época de Bismarck, un papel
hegemónico no solo europeo sino mundial, llevando a cabo una
“germanización” del país y territorios cercanos (clave para entender las
políticas raciales de la época nazi) y resumido en la teoría de la “Realpolitik”. Ésta se
basada en la idea de obtener un dominio total de la política continental
europea a través de los llamados “sistemas bismarckianos”, en los cuales a
través de alianzas secretas conseguirían aislar a todos sus enemigos y dominar
la política europea.
El
creciente nacionalismo alemán potenciado durante la unificación y el gobierno
de Bismarck se ven alimentados hasta los limites más radicales cuando en 1890
sube al trono alemán el káiser Guillermo II, el cual potencia una política aún más expansionista, nacionalista y autoritaria que su
predecesor. El nuevo káiser, sustituye los ideales bismarckianos por su
famosa “Weltpolitik”, en la cual aspira a convertir a Alemania en una
superpotencia no ya solo europea si no mundial. Acelera la industrialización
del país, crea una poderosa armada de guerra, fortalece el ejército y, basándose
en el ideal expansionista de que “Alemania tuviese su lugar bajo el sol",
se lanza a la carrera colonial imperialista, especialmente en África y Asia
(Namibia, Camerún, Tanzania, China….) para así exportar el exceso de capitales
y mano de obra del imperio y aumentar su poderoso mercado mundial.
Además,
el chovinismo alemán había conducido a despreciar a todos sus aliados europeos
(en la creencia de que con ella sola se bastaba para dominar toda Europa), y
apoyarse únicamente en la política imperialista de su aliada Austria, que en
1914, debido a las tensiones étnicas generadas por el imperialismo austriaco en
los Balcanes deriva en la I Guerra Mundial.
La
alianza aliada mundial condujo a la victoria del resto de países capitalistas e
imperialistas, liderados por el ahora todopoderoso imperio británico, en 1919,
conduciendo a una política de revanchismo anti alemán plasmada en el célebre
“Tratado de Paz de Versalles”, en el cual se culpaba a Alemania de la guerra y
se la obliga a indemnizaciones millonarias, a la desmilitarización, y la cesión
forzosa de sus regiones mineras e industriales más poderosas y de todas sus
colonias mundiales. Esta
política de castigo y aislacionismo anti alemán, acompañado de la peor crisis
capitalista de toda la historia en 1929, provoca que la burguesía alemana eche
mano de movimientos y teorías radicales y revanchistas, y el resurgimiento del
viejo nacionalismo chovinista y expansionista alemán dirigido de forma
oportunista y demagógica por el partido nacional-socialista o “nazi” (NSDAP) de
Hitler, que muy pronto empieza a cuestionar el papel de Alemania en Europa
recobrando las viejas teorías nacionalistas. Entre
ellas destaca la del “lebensraum” o “espacio vital”, acuñada ya a finales
del siglo XIX por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel, asegurando que la existencia
de un Estado quedaba garantizada cuando dispusiera del suficiente espacio para
atender a las necesidades de la misma.
Estas
teorías fueron utilizadas y manipuladas posteriormente para justificar el
expansionismo imperialista, de la misma forma que surgirían ideas similares en
el siglo XIX-XX en otras partes del mundo, vinculado al nacionalismo en boga
(“destino manifiesto” estadounidense, “irredentismo” italiano o el imperialismo
falangista español). Con
estas teorías, y una vez llegado al poder Hitler en Alemania en 1934, y
establecido el nuevo imperio alemán (III Reich), los nazis se lanzan a una
política imperialista y hegemónica una vez más en Europa (tal y como explicaba
el propio Adolf Hitler en su libro Mein Kampf; “los alemanes tienen el
derecho moral de adquirir territorios ajenos gracias a los cuales se espera
atender al crecimiento de la población”). Lo cual se plasma en tres grandes
operaciones de conquista y extensión territorial de regiones calificadas como
“histórica y culturalmente alemanas”, como fueron; el Anschluss (invasión
e incorporación de Austria, 1938), la invasión de los Sudetes (República Checa,
1938) y la invasión de Danzig y de Polonia (1939).
Todo
ello, acompañado con una recuperación de los territorios industriales (Sarre, y
el Ruhr) y una re militarización de la sociedad alemana, pondría al país en
manos de los grandes banqueros e industriales alemanes que, junto a la
Wehrmacht pasaron a dominar una vez más el continente europeo (y
no solo los grandes capitales tradicionales si no también nuevos monopolios
fundados en época nazi, como Volkswagen), apoyados en esta ocasión con la
utilización de abundante mano de obra esclava de diferente tipo (judíos,
eslavos, gitanos, minorías culturales, presos políticos…), de forma que entre
1939-1945, el marco alemán y la esvástica nazi dirigieron de forma
criminalmente sangrienta los designios de Europa. El
resultado fue: una nueva guerra mundial con 60 millones de muertos, 6
millones de judíos aniquilados en campos de exterminios y la ruina económica,
industrial y demográfica de Europa.
Sin
embargo, la derrotada alemana en la segunda guerra mundial iba a conducir a un
nuevo tipo de nacionalismo e injerencia alemana en la política europea, esta
vez de tipo más político-económico ya durante la guerra fría. El nuevo modelo
de dominio imperialista europeo-alemán, del que bebe actualmente, había nacido.
2)
Alemania y la hegemonía europea total
A
pesar de los daños causados por los gobiernos agresores alemanes, especialmente
durante la época nazi, con el fin de la guerra mundial y el inicio de la guerra
fría (durante el cual Alemania se divide entre la RFA capitalista, al servicio
de la OTAN, y la RDA comunista y aliada de la URSS), el imperialismo
alemán se recupera lentamente.
En
primer lugar, económicamente, gracias a los aportes millonarios del Plan
Marshall y las reparaciones de guerra. Pero también a nivel político, porque
las potencias occidentales apoyaban incondicionalmente a la RFA
(República Federal de Alemania) desde el principio, como aliado contra el
socialismo, de forma que se podían pasar por alto algunos “pecadillos” en la
guerra total contra el comunismo, como era el colocar al frente de la patronal
alemana al ex nazi y miembro de las SS, Hanns Martin Schleyer.
Como
gratitud por el apoyo al capitalismo alemán e internacional y su labor de
contención del comunismo, en menos de 10 años después de la derrota nazi,
la RFA imperialista estaba ya de pleno metida en el proyecto de la CEE y la
OTAN, apoyada, especialmente, por el imperialismo yankee (como lo demuestra el
apoyo incondicional mutuo a nivel político y económico, o las instalaciones
americanas en suelo alemán, como la base militar de Ramstein, cuartel general
de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos en Europa), lo cual favorece su rearme
y expansión imperial por Europa.
Por
otro lado, esta presión insistente contra la otra Alemania de la guerra fría,
la RDA comunista, tuvo como resultado la caída del llamado Muro de
Berlín, del comunismo y la reconstrucción de una sola Alemania. Pero aquí
cabria matizar que la primera víctima del imperialismo alemán actual no sería
ninguna nación extranjera, si no la mitad de su propio pueblo.
Los
territorios de la RDA fueron anexionados e incorporados a la RFA a partir de
1989, de forma que se la trata prácticamente como un territorio colonizado,
invadido y anexionado, saqueándose y privatizándose radicalmente (gracias al
consorcio Treuhandanstalt), sin importar lo más mínimo la suerte de los que,
al fin y al cabo, eran sus propios compatriotas del este. La moderna Alemania,
pues, no se forjo gracias a la paz si no a la imposición, la derrota y la
sumisión incondicional, al gusto del imperialismo prusiano.
Una
vez reunificada a la fuerza, la actual Alemania empieza a poner en marcha todo
su arsenal capitalista, poniendo a punto las que serán motor de la poderosa industria económica del país, los grandes
monopolios como Siemens, Mercedes, BMW, Daimler, Krupp, Allianz o
Deutsche Bank. Gracias al soporte que le brinda al gobierno, este inicia su
senda neoimperialista a inicios de los 90 con un blanco fácil para ir
entrenándose y que en ese momento ofrecía todas las posibilidades: Yugoslavia. Aliándose,
como excusa para dominar económicamente la zona, con la naciente Croacia, los
bombarderos alemanes se cebaron contra la población serbo-yugoslava y así la
maquinaria e industria de guerra alemana, que estaba parada desde 1945 volvía a
engrasarse de nuevo y ponerse a punto. Una
maquinaria de guerra de la Bundeswehr, que, como afirman los estudios de
la organización juvenil alemana FDJ, desde los años 90 no ha dejado se
reportar grandes beneficios a su economía, y es que, desde 1998, unos
100.000 soldados alemanes han marchado protegiendo los intereses
del imperialismo alemán en el extranjero, inclusive en países donde ya la
Wehrmacht (el ejército de la era nazi) había dejado su rastro de muerte,
destacándose especialmente en los tres grandes conflictos de la era actual;
Yugoslavia, Irak y Afganistán.
En
tan solo 45 años desde que los ejércitos aliados entraran en Berlín, Alemania
se había recuperado totalmente, sus grandes monopolios (muchos de los cuales
cooperaron con Hitler) estaban de nuevo en liza y su ejército imperialista
bombardeaba ya territorios europeos. Sin duda una recuperación “milagrosa” en
tiempo record solo explicable gracias a la inestimable labor del mesías
capitalista e imperialista y del oportunismo anticomunista de siempre.
Durante
estos 45 años, Alemania se ha ido colando como una potencia hegemónica a nivel
económico y militar en Europa y una autentica líder de la OTAN y del FMI, el
brazo político y militar de la burguesía capitalista europea y occidental, lo
cual ha dado lugar ya en estas dos últimas décadas a una recuperación sin límites
del imperialismo, el nacionalismo y el belicismo alemán, surgiendo posturas
favorables a una hegemonía alemana en la llamada “Kerneuropa”, (concepto
creado en 1994 por parte del líder derechista Wolfgang Schäuble), es
decir, la Europa económica y militarmente más fuerte, protagonizada por el ya
famoso “eje franco-alemán”, que ha sido especialmente poderoso y notorio durante
el gobierno Merkel-Sarkozy, es decir, la materialización de la hegemonía
elitista europea.
Este
proceso de liderazgo de la Europa más fuerte política y económicamente, a
través del desarrollo de la llamada “Zona Euro”, a lo largo de estos últimos 24
años, le ha generado al imperialismo alemán y su burguesía dirigente sin duda
pingües beneficios. Como afirma Juan Torres López, con la moneda única la
potencia exportadora alemana ya no ha tenido barreras, gestándose
un gran superávit en Alemania paralelo al déficit de los países
periféricos.
De
2002-2010, este proceso generó un excedente de 1,62 billones de euros en
Alemania, de los cuales solo 554.000 se aplicaron en su propio mercado interno
para mejorar su dotación de capital o las condiciones de vida de su población.
El resto, 1,07 billones se colocó fuera de Alemania, y de esta parte 356.000 en
forma de préstamos y créditos para financiar un modelo productivo en la
periferia que, lógicamente, no fuera el que pudiera competir con el alemán.
Todo este proceso de liderazgo en el Euro, ha sido sin duda alguna todo un
éxito para los exportadores alemanes, y para los bancos que han obtenido
grandes beneficios financiando la deuda creciente de una periferia con cada vez
menos capacidad de generar recursos, puesto que la potencia exportadora en
realidad ha de fagocitarlos para poder seguir manteniendo su privilegio
exportador.
De
esta forma, se ha creado un autentico desequilibrio económico, donde uno o dos
países tienen toda la primacía y el liderazgo y se permiten, literalmente,
controlar y dominar a su antojo e intereses a todo el resto del continente
(España, Italia, Irlanda, Grecia, Portugal...) que, de esta forma, está a
su merced, a sus dictados y designios y se convierte en una autentica
colonia y protectorado imperialista alemán. Los bancos alemanes, financiados
gracias al expolio de la deuda y la quiebra económica de los países menos
fortalecidos, se convierten, pues, en los auténticos dueños y señores, junto
con los mass media a los que sirven, de la opinión pública y política del
continente. Todo un plan donde vuelven a ganar los mismos.
Esta
hegemonía se puede observar en los últimos años, especialmente durante el
mandato de la derechista Angela Merkel, en dos niveles; político y económico:
-A nivel político: la hegemonía alemana sobre los países europeos y sus políticas es total y absoluta. Los países de la zona Euro actúan bajo presión y consejo del ministerio de exteriores alemán y sus lacayos en el BCE-FMI, al punto de que se permiten opinar e inmiscuirse constantemente en los asuntos políticos internos de otros países. Como ejemplo de ello, tras las elecciones en mayo de 2012 en Francia que se saldo con la victoria del socialista François Hollande, la reacción de Ángela Merkel en una conferencia de prensa en Berlín fue decir que el “planteamiento básico en Europa es que después de las elecciones, sea en un país grande o pequeño, no replanteamos todo lo que habíamos previamente decidido”. A ello se sumo poco después las declaraciones del ministro alemán de Relaciones Exteriores, Guido Westerwelle, el cual tuvo la osadía de decir que:“Las elecciones no invalidan los acuerdos entre los Estados”. Básicamente, los planteamientos políticos que contrae Merkel en un determinado momento, se tendrán a mantener eternamente, cambie o no el signo político del país, ya que este, claramente está destinado a someterse a los compromisos adquiridos ya con Alemania y que son, como toda potencia imperialista que se precie, ineludibles.
No
obstante, esta táctica del neoimperialismo alemán varía en función del país que
se trate. No es lo mismo un país aliado del imperialismo alemán, como Francia,
al cual se presiona sutilmente, con las colonias europeas, con las cuales el
tacto y la sutileza brilla por su ausencia, por no tratarse de una relación
teórica de “igual a igual”, si no una relación de sumisión e imposición
imperialista.
Los
casos más paradójicos, sin duda, han sido los de Grecia y en menor medida,
España. Grecia iniciaba el año 2012 con una fuerte crisis económica. Los
partidos tradicionales, PASOK y ND se mostraban totalmente incapaces de hacer
frente a la crisis, para lo cual se ve obligada a pedir un rescate
multimillonario, respondido y aceptado por la llamada “troika” (FMI-BM-BCE), es
decir, las mayores instituciones capitalistas, controladas por la burguesía alemana. A
cambio, las instituciones financieras se lo iban a cobrar de lo lindo: rebaja
de 20% del salario básico y un recorte de 15% a las pensiones complementarias,
nueva reducción de las pensiones básicas y de las prestaciones por desempleo, y
150.000 despidos en el sector público hasta 2015, 15.000 de ellos en forma
inmediata... todo ello, exigido como compensación al gobierno griego que, de
esta forma, pasaba a ser un mero títere del capitalismo europeo, especialmente
de los bancos alemanes.
Estas
duras medidas no hicieron el efecto esperado, por lo cual, los banqueros
alemanes se pusieron nerviosos y, haciendo gala de su omnipotencia y su dominio
de la política europea, empezaron a exigir cada vez más dureza en el trato a
Grecia. Algo que, si se tratara de otro país y de otro continente habría sido
considerado una auténtica injerencia en los asuntos internos de un país en
teoría soberano e independiente pero que, tratándose de Europa y de la
burguesía alemana, se tolera por la absoluta sumisión hacia esta. Primero
llegaron las presiones de la burguesía alemana a nivel europeo para quitarse de
en medio a quienes no convenían a sus intereses. Así, en febrero de 2012,
el ministro alemán del Interior, Hans Peter Friedrich, comentaba:"Fuera
de la unión monetaria Grecia tendría más posibilidades de regenerarse y de ser
más competitiva que dentro de la zona euro".
Apenas
3 meses después, por si la sutileza del ministro pidiendo a la UE la expulsión
de un país soberano no hubiera sido suficiente, el 14 de mayo de 2012 el diario
alemán Der Spiegel, vocero de la burguesía capitalista alemana afirmaba:“Grecia
debe abandonar el euro ya. Nadie puede forzar a los griegos a abandonar el
euro. Pero está claro que eso revertiría en su propio interés. […] La salida de
Grecia de la zona euro es la única oportunidad para el país se recupere".
Tan
solo día después de ello, la maquinaria imperialista alemana se volvía a poner
en marcha ante el anuncio de elecciones en Grecia y los rumores de un creciente
auge izquierdista y antiimperialista en los votantes. Ante ello, el día 15, el
ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, dijo que las elecciones
sería un referéndum sobre la continuación de Grecia como miembro de la
eurozona.
"Si
Grecia -y esta es la voluntad de la gran mayoría- quiere quedarse en el euro,
entonces tienen que aceptar las condiciones. De lo contrario no es posible.
Ningún candidato responsable puede ocultar eso a los electores".
Con
estas declaraciones, el gobierno alemán estaba, abiertamente, forzando y
señalando el sentido del voto que el pueblo griego debería dar en sus
elecciones según los intereses de los banqueros alemanes, tratando no solo de
injerir, si no de controlar la política interna de un país europeo, lo cual no
se veía desde la época del nazismo, cuyas malas artes el gobierno de Merkel no
duda un segundo en reutilizar. No
obstante, aunque el gobierno salido sigue rindiendo pleitesía a los dictados de
los lacayos de Alemania (BM-FMI-BCE), el pueblo griego, en las calles sigue
mostrando su resistencia a ser, nuevamente y como en los años 40, un
protectorado alemán.
Algo
de mejor suerte en esta injerencia europea ha tenido el estado español que, no
obstante, ha acabado rindiendo cuentas y plegándose a los intereses alemanes.
La reforma laboral aplicada por el gobierno derechista de Mariano Rajoy en
febrero de 2012, que contempla la reducción de la indemnización por
despido improcedente a 33 días por año para todos los casos, frente a los 45
días anuales que regían hasta ahora, el despido libre el primer año, o frenar
el peso de los convenios colectivos, dejando vía libre a las imposiciones de la
patronal y los empresarios, no es más que una aplicación de las imposiciones de
la burguesía alemana al estado español, tal y como expresaba, dos meses después
de su aplicación, el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble,
que “elogió los pasos dados por el Gobierno contra la crisis y
dijo estar convencido de que España iba por buen camino, además de expresar su
"plena" confianza en la gestión de Mariano Rajoy”.
Anteriormente,
la injerencia alemana en asuntos internos políticos del estado español se había
dado durante la huelga de marzo, cuando el mismo ministro afirmaba que:“La
huelga general no tuvo bastante apoyo como para impedir que el Gobierno
continúe con las reformas, que son necesarias”.
Como
vemos, no solo en Grecia, sino también en España, la burguesía alemana había
llegado a un nivel de injerencia tal en los asuntos internos de estos
países, que era difícil distinguir si a los españoles y griegos les gobernaban
desde Atenas y Madrid o desde Berlín y Bonn, los auténticos centros de poder de
la UE actualmente. Tanto nivel de presión no cayó en saco roto y, 4 meses
después de Grecia, el ministro español Luis de Guindos solicitaba
definitivamente un rescate económico a la famosa “troika”, tal y como venia indicándolo
desde hacía meses el gobierno de Merkel, autentico gobernante de nuestro país.
Como
estos, se podrían ver casos similares e igual de graves en Irlanda, Portugal o
Italia a lo largo del pasado año, que evidencian más que nunca el poder y la
supremacía que, a nivel político, ostenta el imperio capitalista alemán en el
siglo XXI. Pero su hegemonía política no es la única que nos afecta.
-A nivel económico: La economía europea se ha visto sacudida por un nuevo modelo laboral que precariza al máximo las condiciones laborales de la población europea y que tiene su origen en la esencia misma del famoso “milagro económico alemán”, los llamados minijobs, empleos temporales y de baja remuneración como consecuencia de la desregulación y la promoción de empleos flexibles y con sueldos de 400 euros, los cuales fueron rápidamente glorificados por los empresarios alemanes por los destacados beneficios económicos que proporcionaban: ingresos económicos a bajo coste salarial y notoria precariedad alemán.
-A nivel económico: La economía europea se ha visto sacudida por un nuevo modelo laboral que precariza al máximo las condiciones laborales de la población europea y que tiene su origen en la esencia misma del famoso “milagro económico alemán”, los llamados minijobs, empleos temporales y de baja remuneración como consecuencia de la desregulación y la promoción de empleos flexibles y con sueldos de 400 euros, los cuales fueron rápidamente glorificados por los empresarios alemanes por los destacados beneficios económicos que proporcionaban: ingresos económicos a bajo coste salarial y notoria precariedad alemán.
Este
sistema, ideado durante la época del socialista Schroeder, se ha acabado
imponiendo en la Alemania actual, de forma que uno de cada cinco empleos en
Alemania es hoy un minijob: sueldos máximos de 400 euros al mes libres de
impuestos. Para casi siete millones de trabajadores este es su principal
empleo. Precariedad absoluta y total que genere beneficios millonarios a la
patronal y al gobierno, cuyo ejemplo ha sido seguido por el resto de gobiernos
europeos actuales.
La
senda alemana, la senda del “milagro” y la recuperación económica bajo batuta
alemana, se traduce, pues, en precariedad laboral, recortes y ajustes
insoportables para una cada vez mas agobiada clase trabajadora europea que ya
no puede soportar más la regulación capitalista, mientras los banqueros de todo
el mundo se forran a manos llenas. Este es el panorama en la UE alemana del
siglo XXI.
Pero
no nos engañemos. No es un tema de Merkel. La burguesía alemana se sabrá
adaptar rápidamente a otra persona y a otra sigla política si es necesario, con
tal de seguir manteniendo su hegemonía e injerencia a nivel europeo y su
privilegiado puesto de dominio político-económico europeo.
Ese
es el secreto de esta burguesía imperialista, y que ha aplicado a rajatabla a
lo largo de estos últimos años, saber dominarse a sí misma como paso previo
para obtener plusvalía y vivir de las rentas y de la explotación de todo el
continente europeo, contando para ello con la confabulación de toda la clase
burguesa, capitalista y política del continente europeo.
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