A lo largo del último año se han recrudecido las protestas en Brasil hasta el punto de amenazar de forma catastrófica el desarrollo del próximo Mundial de Fútbol que acoge el país carioca. A menos de 20 días del inicio del campeonato, el mundo asiste atónito a la cada vez mayor oposición popular a su celebración. En el país considerado como la capital del fútbol, donde es casi una religión que levanta autentico fervor y pasión, el pueblo brasileño está dando una lección de dignidad que ha pillado por sorpresa a medio mundo.
Desde el mes de enero, miles de personas inmersas en conflictos sociales, vecinales y laborales, se han aglutinado bajo el lema "Nao cai ter copa", "No va a haber Copa". Las protestas, iniciadas ya desde 2009, ocultadas, menospreciadas y reprimidas de forma escandalosa, han reunido en una misma causa a trabajadores sumergidos en huelgas y reivindicaciones o movimientos como el de los Trabajadores Sin Techo y el Frente de Resistencia Urbana, entre otros. Y no sólo ellos, sino también miles de habitantes de los guettos y las favelas, de donde por cierto han surgido numerosos grandes futbolistas, excluidos de los beneficios y modernidad que pudiera traer el Mundial y sometidos a una feroz represión policial en los últimos meses para evitar su movilización.
Mientras, el gobierno ha contraatacado restando importancia a las protestas y haciendo suyo un nuevo lema: "Si va a haber Copa". Y a demostrado estar dispuesto a todo para que así sea. A la brutal represión de las manifestaciones, que ya se han cobrado varias vidas, hay que unir la militarización y el acoso policial en los barrios más conflictivos. La carta blanca entregada a los cuerpos militares y policiales para consolidar la "seguridad" y la imagen internacional del país, está ahogando en una situación insostenible a buena parte de los brasileños, en particular a los más pobres. Según el Foro Brasileño de Seguridad Pública una media de cinco personas mueren al día por acciones policiales en Brasil, donde la desaparición de personas es habitual y la patrullas parapoliciales formadas por ex agentes y afines campan a sus anchas.
El pueblo brasileño está, de alguna forma, evidenciando no sólo su situación social, sino también la transformación del fútbol moderno, embadurnado del capitalismo más salvaje y la corrupción, en una degeneración que está enterrando al fútbol de verdad. El despilfarro en el empeño de la celebración mundialistica ha indignado a aquellos que ven recortadas sus libertades y empobrecida su capacidad adquisitiva mientras dirigentes, políticos y VIP´s se exhiben con opulencia alrededor de un circo, el del fútbol moderno, utilizado de forma descarada como renovado opio del pueblo.
SIN DERECHOS, SIN COPA.
FIFA GO HOME
MOVIMIENTO DE LOS TRABAJADORES SIN TECHO. FIFA GO HOME.
Y mientras, en la otra parte del mundo, la fiebre de la final de Champions permite aparcar de la realidad social esas molestas quejas y reproches de quienes dicen sentirse descontentos. El derecho al alivio, la ilusión, el consuelo, en definitiva, la sedación temporal, se convierte ahora cinicamente en una reivindicación. Los gritos de alirones y cánticos futboleros ahogan con descaro y triunfalismo las lágrimas, abucheos y alborotos de los que más sufren las consecuencias de ese inhumano mercantilismo que dirige a día de hoy también esa misma industria deportiva. Un calmante vendido por los mismos que originaron el daño.
Y, por último, un par de convocatorias para este fin de semana para los que el fútbol moderno y ultracapitalista no se corresponde con su verdadera pasión balompédica. O simplemente para los que todo este espectáculo se la repampinfla.
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