Resulta
complicado iniciar un análisis de las movilizaciones más recientes sin dejarse
llevar demasiado por la efusividad o la exasperación, desbordados a veces por
acontecimientos, noticias y declaraciones de todo tipo. A pesar de ello, un
intento analítico, con pretensiones de ser más útil en un plazo más amplio,
exige a menudo una cierta recapacitación y frialdad a la hora de reflexionar
sobre ello.
Y de
nuevo salen a la palestra viejos debates y nuevas revisiones, que han rondado
las movilizaciones obreras y populares durante décadas, sobre conceptos como
violencia, organización, manipulación o memoria. Resulta incluso incomodo
reconocer que estas discusiones se plantean casi de forma cíclica, como si las
conclusiones sacadas en cada momento terminaran por olvidarse para volver a
empezar de cero una vez más. Ya en 1908, el filosofo francés Georges Sorel,
1847-1922, especulaba en su obra “Reflexiones sobre la violencia”, sobre la
diferencia entre la fuerza,
entendida como los medios con que un Estado cuenta para coaccionar, controlar y
someter a la legalidad a una sociedad, y la violencia, refiriéndose a los mecanismos que el proletariado tiene
para contrarrestar y protegerse de esa “fuerza” burguesa y en última instancia
derrotarla. En particular, incluso, Sorel pondría especial relevancia en el
concepto de Huelga General, al que
consideraba principal medio legítimo de la masa obrera para derrocar a ese
régimen burgués, a la que interpretaba, por tanto, como una autentica acción de
guerra imposible de desprenderse de lícita violencia proletaria. Después de más
de un siglo, Sorel también atino casi de forma profética a la hora de referirse
al parlamentarismo, en general, y al socialismo moderado, en particular, como
medios para la domesticación de la clase obrera, aliados con la burguesía para
el mantenimiento de una paz social protegida por la fuerza y prolongada mediante pequeñas concesiones.
Con lo
que sin duda no contaba Sorel era con una de las armas más eficaces que el
sistema ha perfeccionado hasta límites insospechados a día de hoy: la retórica.
Es decir, la creación de un convincente discurso, amañado y manipulado, en el
que un léxico y un enfoque perfectamente premeditado cumple un objetivo
explícito: diferenciar, premiar o castigar determinados comportamientos. No es
nada nuevo el que dependiendo de su actitud más o menos aceptable, de repente
un manifestante, un parado, un estudiante… deja de serlo para convertirse en un
violento o un radical. Por eso, se hace indispensable que un análisis ajeno al
institucional cree su propio lenguaje y su propia interpretación más allá del impuesto
como visible y posible por el poder. Resulta inquietante el calado que el
discurso sobre la violencia, impuesto con un claro carácter tendencioso con el
fin de señalar y dividir, sea también utilizado o incluso asumido por
organizaciones o individuos próximos a las movilizaciones, haciendo un
peligroso juego cómplice a las intenciones de quienes quieren que todo siga
igual.
RADICAL: adj.
Perteneciente o relativo a la raíz. adj. Partidario de reformas extremas,
especialmente en sentido democrático. adj. Fundamental, de raíz. adj. Tajante,
intransigente.
Resulta cuanto menos curioso que se
reinterprete y se acepte el discurso de la violencia por parte del Estado de
una forma tan extremadamente partidista. No se trata en sí mismo de un discurso
pacifista sino de la totalización e institucionalización de esa violencia. Es
decir, en ningún momento se habla de eliminar la violencia de una sociedad sino
de demostrar que esta sólo puede ser utilizada de forma lícita por el propio
Estado. Es en definitiva un discurso más relacionado con el sometimiento, la
obediencia, el acatamiento y la sumisión que con el entendimiento y el dialogo.
Las agresiones sufridas por la clase trabajadora desde que comenzó eso
que nos han dicho que se llama crisis, las pérdidas de trabajos, de hogares,
las condenas masivas a la pobreza, las pretensiones de regular nuestra propia
salud, de interferir incluso en nuestros propios cuerpos… alimentadas con
sangrantes declaraciones y ofensas, con políticas protectivistas del mercado,
la economía y la banca… se han unido a las agresiones directas y físicas de los
cuerpos policiales contra prácticamente todo aquello que se mueva, ya fueran
ancianos protestando por la estafa inmobiliaria, o pescadores pidiendo pan y
trabajo en Galicia, por señalar algunas de las últimas intervenciones. Tan sólo
hay que tirar de hemeroteca para ver centenares de personas golpeadas, detenidas
arbitrariamente, que han perdido ojos, testículos… No parece esta situación la
más adecuada para dar lecciones de moral o ética. Lo ocurrido durante las
movilizaciones de las Marchas de la Dignidad en el centro de Madrid, al fin y
al cabo, no parece más que una respuesta lógica, un “hasta aquí hemos llegado”,
a las prepotentes agresiones a las que la clase obrera se ha visto sometida en
los últimos años. Se trata, por tanto, de un efectivo cabreo, de una situación
llevada al límite transformada en indignación, pero sobre todo en una
concienciación por parte de buena parte de la sociedad de que esto es, ha sido,
y será un conflicto de clase. Sin duda, choca que, a diferencia de otros
lugares o países donde las movilizaciones más contundentes han sido recibidas
con orgullo por el propio pueblo, como una forma de demostrar su unidad y su
disposición a no dejarse amedrentar más, el discurso pacificador, más que
pacifista, cale no sólo entre los sectores más reformistas, sino también entre
la gente que se dice a sí misma estar más cabreada con la situación.
A diferencia del tratamiento distinto que en ocasiones la prensa suele
dar a este tipo de noticias según su procedencia progre o conservadora, en éste
caso el contubernio mediático alrededor de la noticia ha sido unánime. Este
discurso sobre la violencia y los violentos, sobre otro de esos grandes
eufemismos utilizados en democracia como es la seguridad, resulta
sospechosamente conveniente justo en el momento en el que la elaboración de una
nueva ley sobre seguridad ciudadana, una de las más represivas de las últimas
décadas, ha sido cuestionada en distintas ocasiones. Por tanto, todo lo
ocurrido y su tratamiento, no deja de ser un episodio más en la oleada
represiva que el movimiento más comprometido lleva sufriendo desde hace tiempo:
detenciones masivas, investigaciones, asaltos a centros sociales, montajes
judiciales y policiales… Una represión con carácter preventivo en muchas
ocasiones, que necesita sin duda de un clima de alarma que la justifique, labor
en la que los medios de comunicación se hacen indispensables.
A todo ello se une la sorpréndete actitud de los cuerpos policiales tras
la apabullante respuesta del pueblo a su enésimo intento de agresión. El hecho
de que 1600 esbirros fuertemente armados con material antidisturbio y con plena
aceptación de la deshumanización que su uniforme supone, fueran, por decirlo de
una manera suave y entendible, derrotados, ha hecho aflorar aflicción y congoja
entre quienes asumen con absoluta frialdad golpear a pobres y desdichados. En
su situación les resulta comprensible protestar, incluso cortando la calle de
forma ilegal, algo para lo que precisamente ellos cobran por impedir a final de
mes. La actitud de los últimos días, algo llorica, no parece demasiado digna comparada
con la extrema prepotencia y despotismo con la que suelen tratar al ciudadano.
A lo largo del mismo fin de semana, otro acontecimiento, también
providencial, una vez más, consiguió dejar las movilizaciones en un segundo
plano. El fallecimiento del antiguo presidente del gobierno Adolfo Suarez.
Viene a colación precisamente en este texto porque hemos vivido en directo un
maravilloso ejercicio de manipulación histórica y periodística. No ya tanto por
el hecho de que algunos miles de personas se hayan unido a la élite política,
económica y militar de este país en su homenaje, sino porque a diferencia de
los cientos de miles de las movilizaciones que se sucedían a la par, éstos sí
que parece ser representan a todo el pueblo español de forma masiva. La manipulación
histórica cuenta con un ferviente aliado en la falta de memoria de una buen
aparte del pueblo. De esta forma, que conveniente, resulta que manifestaciones,
movilizaciones obreras, detenidos, presos, torturados, muertos en protestas a
manos de la policía… no significaron nada en la conquista de las libertades
sino que fue el Sr. Suarez quien, como un papa Noel moderno, nos regaló de buen
grado toda nuestra felicidad. La misma persona responsable entre el 69 y el 73
de la manipulación informativa, del silencio de la represión franquista de cara
a un lavado interno y externo de la imagen, como Director General de TVE,
miembro de Falange durante toda su vida, ocupando su máximo cargo como Ministro
del Movimiento, lo que es lo mismo lugarteniente de Franco en Falange, y que colocó desde el primer momento en su
gobierno a todos los elementos reciclados del franquismo que pudo colar. La Transición
y los Pactos de la Moncloa, esa ley de punto final encubierta, no trajeron las
libertades, sino que introdujeron mejoras en la sociedad para apaciguar las
extremas protestas que el pueblo protagonizaba en esos años y que en cualquier
momento parecía podían reventar este sistema. Libertades conquistadas, por
cierto, en movilizaciones y manifestaciones que hoy se calificarían como
violentas y protagonizadas por lo que hoy hipócritamente llamarían radicales,
pero claro, eso eran otros tiempos, ¿no?. Alguien debería recordar en algún
momento que durante el mandato como presidente del Sr. Suarez murieron más de
50 personas a manos de la policía en manifestaciones y protestas y otras 8 lo
hicieron en los calabozos de una comisaria o la celda de una prisión. O que en su primer año de
mandato la policía cargo en casi 800 ocasiones contra manifestantes. Suarez y
su cuadrilla de, ahora, nuevos demócratas, de la mano del sanguinario Martín
Villa, su mano derecha, gestionaron de forma hábil las cloacas de la lucha
contra el movimiento obrero más activo, contra el avance libertario, recordemos
el montaje del caso Scala, y la lucha antiterrorista que servirían de base para
los posteriores años de felipismo y eso que se conoció como guerra sucia. El
último héroe nacional ha muerto, como dijo el periodista derechista, y antiguo
redactor del diario franquista Arriba Fernando Ónega.
“Francisco Franco es uno de los grandes hitos de la Historia de España. Gracias a él y a su profunda obra constituyente, nuestro país cuenta hoy con un Estado moderno que no se cierra sobre sí mismo, sino que se proyecta sobre el mañana.
Jamás nadie logró crear las condiciones básicas de partida que Franco, identificado con su pueblo, supo levantar. El paso de los siglos no borrará el eco de su nombre. Con él, logró España ser Una, Grande y Libre. No se puede menospreciar la gigantesca obra de ese español irrepetible al que siempre deberemos homenaje de gratitud, que se llamaba Francisco Franco. Su obra perdurará a través de las generaciones”
Adolfo Suárez. 20 de Noviembre de 1.975.
En definitiva, un fin
de semana de lo más entretenido en el que, durante 48 horas, asistimos a un
repaso pormenorizado de lo que nos depara el mundo si todo esto sigue igual.
Manipulación de la memoria y la historia para delimitar el presente.
Manipulación del vocabulario, el análisis y la cotidianidad para encuadrar el
pensamiento y la opinión. Manipulación de la información y la realidad para
acotar los motivos, los testimonios, las relaciones y, en definitiva, la
estructura social. Manipulación de lo posible y lo amoral, del bien y del mal
con el fin de promover la resignación, la desesperación y la inmovilidad. En
definitiva, la construcción de una gran farsa repetida hasta la saciedad, e
impuesta como única posible realidad. Los viejos discurso de la violencia y la
radicalidad, de la representatividad y de la nación, frente a los de la
solidaridad, la autogestión y la clase. Y sin embargo, nada nuevo de verdad.
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