Sería
imposible desligar hoy cualquier revuelta del descontento generalizado hacia
las instituciones, del descredito hacia partidos y políticos y de la respuesta popular hacia la corrupción
y manipulación que inunda estados y países a nivel internacional. Y el caso de
Ucrania, en la palestra por los acontecimientos recientes, no podría ser
distinto.
Sin
embargo, una vez alejados de esas primeras sensaciones de afinidad ante
cualquier levantamiento contra gobiernos, recortes, imposiciones y mentiras,
conviene reflexionar sobre lo que hay detrás de cada una de ellas, máxime
cuando estás se hacen fuertes, resistentes y perduran en el tiempo hasta el
punto de hacer tambalearse al propio Estado. Independientemente de donde surjan
las protestas, habitualmente sinceras y populares, el hecho es que
tradicionalmente en la historia el que
más hábilmente sabe aprovechar la situación o el descontento es quien consigue
influir, representar y finalmente dirigir esas demandas, y normalmente en su
beneficio propio. Por ejemplo, las ejemplarizantes primaveras árabes finalmente
han quedado muy atrás en esa búsqueda de las libertades que parecían suponer,
convirtiéndose en títeres del neoliberalismo internacional, léase USA o EU, o
en el peor de los casos un retroceso hacia la religiosidad más arcaica y
retrograda, como el caso de Egipto. En cualquier caso, un sospechoso interés de
apertura no hacia las personas, pero sí hacia el mercado y la economía
internacional.
Del
mismo modo, el caso ucraniano responde sobre todo a un inmoral conflicto de
intereses económicos de carácter internacional, al que nada le importan los
muertos, los sublevados o las libertades. Unas protestas, hábilmente reorganizadas
y dirigidas por la extrema derecha y los ultranacionalistas, que han encontrado
en la situación, pero sobre todo en la propia oposición antigubernamental, un
cómplice de su propaganda y su acción.
Recopilemos
en un primer momento los orígenes del conflicto antes de ponernos plenamente a
comprender a sus protagonistas. La política externa ucraniana, frente a su
tradicional dependencia rusa, se había orientado en los últimos años hacia una
apertura a Europa, asentándose en buena parte de la sociedad el codicioso y
especulativo “bienestar” de la sociedad de consumo. El actual presidente, Víctor
Yanukovich, por el Partido de las Regiones, centrista y pro ruso, fue elegido
anteriormente en 2004 en unas elecciones manifiestamente fraudulentas, lo que
desencadenó la llamada Revolución Naranja pro europea. Sin embargo, obtuvo de
nuevo el cargo en las elecciones del 2009. Pronto la decisión de una Ucrania
cuya economía se dirigía hacia Europa o Rusia se convertiría en un asunto
internacional.
Yanukovich,
que acercaría en su segunda elección su postura a la Unión Europea, abortaría su
decisión finalmente el pasado 21 de noviembre tras recibir presiones rusas , paralizando
el Acuerdo de Libre Comercio suscrito con anterioridad. Este hecho
desencadenaría el conflicto al día siguiente, inicialmente protagonizado por
universitarios, pero a los que posteriormente se unirían la oposición en
bloque, parte de la iglesia ortodoxa y otras organizaciones. Si bien existía en
Ucrania una desmoralización de la política generalizada, la protesta convocada
ya de forma oficial por la oposición, conseguiría generalizarse. El sector más
radical, mantenedores reales de los enfrentamientos y la protesta, han sido
consolidados en la calle por unos representantes oficiales que, aún alejándose
oficialmente de ellos, se han aprovechado de su presencia.
El
creciente autoritarismo de Yanukovich desde su reelección, modificando la
constitución del país para acumular mayor poder en su propia persona y encarcelando a su rival y anterior líder de
la oposición Y.Timoshenko, también han alimentado de forma significativa esas
protestas. Finalmente, el conflicto, más allá del discurso pro europeo, se ha
convertido en una movilización de carácter identitario, en un país ya de por sí
dividido entre un Sur y un Este tradicionalmente rusoparlante y un Oeste y
Norte más ambicioso y rico pro UE que pretende reivindicar un nacionalismo
ucraniano, sobre todo en Kiev, la capital económica y política del país. El
hecho de que Rusia sea responsable del mantenimiento del gas en el país, y la
amenaza de un bloqueo industrial que pondría en peligro la economía y el
comercio ucraniano, junto con el peligro que supone la anulación de la reciente
ayuda rusa de 11.000 millones de euros negados con anterioridad por el FMI, han
sido lo que ha frenado el viraje hacia la UE de Yanukovich. Sin obviar la
importancia que aún mantiene en el país una oligarquía a la que la reconversión
industrial necesaria no beneficiaría. El interés de Rusia en la zona radica en
proteger el control de la producción y distribución del gas, no olvidemos que
los gaseoductos con los que Rusia comercia pasan por Ucrania, además del mantenimiento
de la base militar conjunta de Crimea en el puerto de Sebastopol. Por otra
parte, la apuesta de Rusia por la creación de una zona de libre comercio, la
unión aduanera a la que pertenece junto con Bielorrusia y Kazajistán, pasaría
por una ampliación en la que Ucrania sería decisiva para los planes del
Kremlin. Mientras, la UE ve en Ucrania un nuevo mercado donde comerciar y los
Estados Unidos contemplan la eliminación de un estado intermedio entre Rusia y
el brazo armado del capitalismo internacional, la OTAN. El caso ucraniano se ha
convertido en un conflicto de intereses visto con lupa por las potencias
económicas internacionales que, de forma más o menos sutil, alientan una u otra
reforma en el país, y son, en primera
instancia, la causa de la desestabilización de Ucrania y todo lo que está
ocurriendo.
Se puede apreciar una cruz celtica nazi y un 14 88 en rojo en el escudo de uno de los manifestantes.
Desde diciembre, como respuesta a la paralización de las negociaciones con la UE, la oposición en bloque ha alentado la creación del llamado Euromaidán, o Éuroplaza, organizado alrededor de la Plaza de la Independencia, desde la que se han protagonizado los episodios de resistencia y enfrentamiento contra el gobierno de Yanukovich. Como hecho simbólico de su rusofobia, el 8 de diciembre, los manifestantes derribarían la estatua de Lenin en Zhitomir, al noroeste del país. Para enfrentarse a las protestas, cada vez más extendidas, el gobierno acudió una vez más a los “Titushki”, organizaciones ilegales de militares, policías, deportistas y criminales, usados para enfrentarse a manifestantes en cualquier contexto que, en los últimos años, han protagonizado numerosos ataques a locales y personas contrarias al gobierno o a miembros de la prensa con el fin de crear pánico y provocar. Estos ataques, junto con la promulgación el 16 de enero de una nueva ley que imponía duras penas contra los manifestantes, generalizarían las protestas que, además, se radicalizarían, organizándose ya permanentemente alrededor de la céntrica plaza de Kiev.
Pronto,
la protesta sería hábilmente institucionalizada por los partidos de la
oposición en bloque, cuyos principales representantes son Batkivshina, Patria, principal partido de la oposición y agrupación
de varios partidos pro europeros, UDAR,
Golpe, liderado por el ex boxeador V.Klitschko y apadrinado y financiado por la
Unión Demócrata Cristiana alemána de
Angela Merkel y el populista y anticomunista Svodoba, Libertad, quizás el gran beneficiado políticamente del
conflicto al representar, también, la oposición a la anquilosada política de
los partidos tradicionales.
Svodoba
es el nombre que, en un intento de
moderar su imagen, adquirió en 2004 el Partido Social Nacional de Ucrania,
fundado en 1991, cuyo nombre original hace referencia de forma evidente al
Partido Nacionalsocialista Alemán. Anticomunista visceral, su símbolo, la runa
Wolfsangel, sería sustituida por una bandera azul con una mano con tres dedos
en alusión al tridente de Volodymyr del escudo de Ucrania. En 1999
constituirían la organización paramilitar “Patriotas de Ucrania”, desarticulada
en 2007. Svodoba y su discurso ultranacionalista y antisemita han encontrado
sus principales apoyos en Liviv y Ternopil, esta última desde donde se crearon
los primeros grupos de autodefensa. También desde 2010 la región de Galitzia y
desde 2012 la propia Kiev, llegando a alcanzar un 10% de los votos en las últimas
elecciones. Vinculado también a parte de la Iglesia Ortodoxa, forma parte desde
2009 de la Alianza de los Movimientos Nacionales, junto al Frente Nacional francés de Le Pen,
el Partido Nacional Británico, PNB, el
Movimiento Social Republicano de España y otras organizaciones de extrema
derecha. Tras el acuerdo con la oposición para participar en las protestas en
bloque, se ha convertido en el partido de acogida del voto de protesta, con un
mensaje populista que ha aprovechado la corrupción gubernamental. Pero sobre
todo, se ha convertido en el bastión de un renacido nacionalismo ucraniano con
claros tintes xenófobos y raciales que ha terminado por inundar todo el
conflicto a cuenta de su origen anti ruso, a quienes se considera tradicionales
ocupantes y represores de las tradiciones y cultura ucraniana.
Manifestantes con el brazalete con la runa símbolo del Partido Nacional Social Ucraniano. Ahora Svodoba.
Por su parte, muchos de los grupos organizados alrededor de la Euromaidan provienen de los Escuadrones de Autodefensa Ucraniana, formación paramilitar formada en 1990 por veteranos de la guerra de Afganistán y entrenados durante años por la propia OTAN en su base de Estonia, participando incluso en recientes conflictos bélicos como el de Osetia del Sur. Vinculados con neonazis ucranianos y alemanes, como el propio NPD germano, abogan por un nacionalismo ucraniano, antisemita y controlado por el Estado.
Por su parte, muchos de los grupos organizados alrededor de la Euromaidan provienen de los Escuadrones de Autodefensa Ucraniana, formación paramilitar formada en 1990 por veteranos de la guerra de Afganistán y entrenados durante años por la propia OTAN en su base de Estonia, participando incluso en recientes conflictos bélicos como el de Osetia del Sur. Vinculados con neonazis ucranianos y alemanes, como el propio NPD germano, abogan por un nacionalismo ucraniano, antisemita y controlado por el Estado.
Miembros de Svodoba con Stephan Bandera a la cabeza.
Senadores derechistas como John McCain y otros, así como líderes de las movilizaciones georgianas y serbias, títeres de Estados Unidos, han apoyado abiertamente a los manifestantes. De hecho, resulta verdaderamente impactante el apoyo manifestado, de forma más o menos explícita, por gobiernos y líderes políticos internacionales hacia los protagonistas de las protestas a pesar de los vínculos evidentes con la extrema derecha y el cáliz violento de las protestas. En esta ocasión, los demócratas defensores de la pacificación y la antiviolencia no han vertido apenas críticas o llamamientos a la moderación, y si lo han hecho han sido más bien encaminadas a criticar la actitud del gobierno. Una vez más, un bochornoso ejemplo de la política internacional imperante para la que lo único importante es la geoestrategia militar y económica por encima de las personas.
Senadores derechistas como John McCain y otros, así como líderes de las movilizaciones georgianas y serbias, títeres de Estados Unidos, han apoyado abiertamente a los manifestantes. De hecho, resulta verdaderamente impactante el apoyo manifestado, de forma más o menos explícita, por gobiernos y líderes políticos internacionales hacia los protagonistas de las protestas a pesar de los vínculos evidentes con la extrema derecha y el cáliz violento de las protestas. En esta ocasión, los demócratas defensores de la pacificación y la antiviolencia no han vertido apenas críticas o llamamientos a la moderación, y si lo han hecho han sido más bien encaminadas a criticar la actitud del gobierno. Una vez más, un bochornoso ejemplo de la política internacional imperante para la que lo único importante es la geoestrategia militar y económica por encima de las personas.
Es, por
tanto, el conflicto surgido en Ucrania, de un carácter altamente complicado,
pues, si bien hubiera podido surgir a través de una autentica movilización
popular, e incluso de clase, más allá de europeísmos y rusofilias, no sólo ha
demostrado ser manipulado internamente por extremistas y oposición interesada,
sino por todo tipo de injerencias internacionales a las que una decena más o menos de muertos
resulta asumible frente a su plan de expansión económica.
Mientras,
el denominado Consejo Regional de Ivano-Frankivsk constituidos por
manifestantes, al igual que en la región de Ternopil, han prohibido cualquier
actividad del Partido de las Regiones gobernante, y también del Partido
Comunista Ucraniano, PCU. Éste, a su vez, aun cuando también opositor a
Yanokovich, se ha posicionado drásticamente contrario a los partidos pro
ucranianos y a todas las movilizaciones de Kiev, a quienes han acusado de
filonazis, movilizando a sus bases en Odessa, Stakhanov, Simferopol,
Dnipropetrovsk, Louhansk y Zaporizhia, al este del país donde tienen mayores
simpatías, para organizar milicias populares con la capacidad de enfrentarse a
la amenaza fascista.
Banderas rojinegras de la Organizaci\on Nacional de Ucrania durante las protestas.
En resumidas
cuentas, una vez más a la hora de tratar cualquier conflicto deberíamos de
acostumbrarnos a diferenciar entre esas cada vez más aparentemente realidades
diferenciadas que surgen de él. Por un lado todo lo relacionado con la política
internacional, las relaciones económicas, la propagación de la noticia a través
de los medios de comunicación oficial y toda esa relación de poderes e
intereses escrita con mayúsculas y a menudo reinterpretada como versión
oficial. Y por otra parte, esa visión de la calle, del día a día en la que el
por qué, el cómo, o el quien parece evidenciar, a veces, una realidad más
autentica y visceral pero menos mediática. No todos en el conflicto ucraniano
son de extrema derecha, ni europeístas o naranjas, ni pro rusos o azules. En
buena medida, sin duda, sobre todo en su origen, la movilización de la
ciudadanía en general responde a convicciones más sociales que políticas. A
rebelarse contra algo que no les gusta, contra la mentira y la resignación, y
quizás esa sea la palabra clave a la hora de analizar los conflictos
contemporáneos propios del ya más que nuevo siglo XXI: resignación. Parece que
ese es el nexo entre determinados levantamientos aparentemente ajenos entre sí,
el cansancio y la rebelión contra la resignación. No es nada nuevo la aparición
del discurso populista, el aprovechamiento de esas circunstancias de
descontento, hoy representadas en buena medida en el llamado “problema de la
inmigración” o la seguridad, representados como amenazas de nuestro orden y
tradición. Con ellos, el espíritu nacionalista, en su expresión más xenófoba,
colonialista, clasista e incluso racial cobra de nuevo especial relevancia a la
hora de la aparición de esos totalitarismo que, más allá de reducirlos a
simples nazismos o fascismos, contienen un discurso social y político mucho más
elaborado y capaz de acceder a una buena parte de las capas sociales actuales.
Ucrania viene siendo denunciado desde hace tiempo por colectivos y
organizaciones antifascistas, libertarias y revolucionarias como un autentico
embrión del renacimiento de una nueva amenaza fascista, ni nazi ni musoliniana,
pero sí patriota, racista, xenófoba y totalitaria, representada en buena medida
en todos esos nacionalismos polacos, serbios, checos, húngaros y demás cada vez
activos incluso en la política oficial, pero desapercibidos a veces por no
rodearse de parafernalia fascista tradicional.
El
hecho de que lo que ocurre en Ucrania surja directamente de la oposición
entre el neocorporativismo liberal occidental y el imperialismo ruso demuestra
la confrontación existencial entre bloques económicos, culpables en buena
medida de crisis y guerras y que empieza a parecerse demasiado a ese concepto
prefabricado históricamente que se llamo Guerra Fría. También demuestra la utilización por parte de la reacción de los momentos de
conflicto en beneficio de su propaganda, incluso superando a los representantes
oficiales. El hecho es que, por muy lejano que pueda parecernos culturalmente
el conflicto, no podemos pasar por encima de ello sin hacer un autentico
análisis más allá de imágenes espectaculares y noticias oficiales. Y esa es
quizás la labor de los revolucionarios aquí y allí, conseguir que los intereses
políticos y la manipulación informativa
no terminen por redirigir y desvirtuar conflictos. En cualquier caso, el desconocimiento,
fruto de la desinformación de unos y otros, se hace un obstáculo para conocer
el verdadero origen, alcance y repercusión social de las movilizaciones ucranianas,
más allá de ultranacionalistas, naranjas pro europeos, azules pro rusos, o
liberales capitalistas. Por ello se haría necesario el contacto con
organizaciones ucranianas de carácter antiautoriatario que, por ejemplo, en los
últimos años han sido visibles en el aspecto antifascista o barrial en varias partes
del país, y que desde aquí no hemos conseguido contactar. Y es que, hoy más que
nunca se evidencia que nada pasa ya por azar, y que aprender y saber ver
entrelineas las protestas es fundamental para no
permitir redirigir el descontento y la luchas populares hacia intereses
externos.
Ucrania se ha convertido en un escaparate de la extrema derecha en Europa y ahora que parece que todo se ha acabado con la orden de detención de Yanokovich, Timoshenko liberada y convertida en heroína del nuevo populismo, y el nacionalismo sentado en el parlamento pidiendo la expulsión de rusos, comunistas y judíos del país habrá que estar muy pendiente de ver que sale de esta caotica situación y que ocurrira cuando el país evidencie el colapso económico al que se dirige desde hace tiempo.
Ucrania se ha convertido en un escaparate de la extrema derecha en Europa y ahora que parece que todo se ha acabado con la orden de detención de Yanokovich, Timoshenko liberada y convertida en heroína del nuevo populismo, y el nacionalismo sentado en el parlamento pidiendo la expulsión de rusos, comunistas y judíos del país habrá que estar muy pendiente de ver que sale de esta caotica situación y que ocurrira cuando el país evidencie el colapso económico al que se dirige desde hace tiempo.
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