“Las huelgas salvajes presentan
posibilidades interesantes, especialmente si los huelguistas ocupan su lugar de
trabajo. Esto no sólo hace su posición más segura (previene de cierres y
esquiroles, y las máquinas y productos sirven como rehenes contra la represión),
pone a todos juntos, garantizando prácticamente la autogestión colectiva de la
lucha e insinuando la idea de la autogestión de la sociedad completa.” El placer de la revolución. Ken Knabb.
«En las últimas 24 horas se han
pinchado las ruedas de 366 carros y de 92 vehículos. También se han roto 82
herramientas manuales de las que utilizan los operarios, entre cepillos,
escobijos y palas. Ayer por la mañana fueron incendiados 14 contenedores de basura en la calle de Alberique y ocho en la calle de Angosta, ambas en el
distrito de San Blas» El
País. 15 de abril de 1993 durante la huelga de limpieza del 93 en Madrid.
“Es difícil poder controlar la
actividad de los piquetes incontrolados” Luis Molina. Concejal responsable del área de
limpieza durante la huelga del 1993 en Madrid.
La reciente huelga de los servicios
de limpieza viaria y jardinería de Madrid han aportado un ápice de dignidad a
la maltratada clase trabajadora ibérica. Tras la optimista visión de algunos
que lo han calificado como un triunfo de los huelguistas, y a pesar de haber
conseguido que las empresas contratantes retiraran los despidos y el ERE, no
podemos obviar que 350 compañeros despedidos con anterioridad no serán
readmitidos, y que los propios trabajadores se han visto obligados a aceptar un
Expediente de Regulación Temporal y algún recorte más en su situación actual.
Sin embargo, es importante resaltar la lección de compañerismo, constancia y
lucha que los trabajadores en huelga han mostrado a lo largo del conflicto. El
trabajador español del siglo XXI parece haberse resignado, excepto honrosas y muy
notorias excepciones, a recortes,
sacrificios y reajustes que han supuesto la eliminación de un plumazo de
numerosos derechos adquiridos a lo largo de los años por generaciones
anteriores. Un nuevo tipo de clase trabajadora, tanto inmigrante como autóctona,
que parece creer que los derechos y privilegios adquiridos siempre han estado
ahí, o responden al capricho y gracia de los gobiernos de turno. Una generación
que, no solo ignora y menosprecia tantas y tantas luchas y huelgas que han
costado a muchos su sangre y su libertad durante décadas, sino que además no
parece dispuesta ni tan siquiera a defenderlas, y que está muy alejada, no sólo
en el tiempo, de aquella aguerrida clase obrera de los 70 y 80 que atemorizó a
policía y políticos en interminables conflictos sociales y laborales en
circunstancias no muy diferentes a las actuales. Ante esto, la actitud de los
trabajadores de limpieza madrileña negándose a aceptar como irremediable la
aplicación de medidas y recortes sobre sus trabajos, no cabe duda, ha sido un
autentico ejemplo para los trabajadores de este país, que muchos han visto con
enorme agrado y placer.
Los procesos de subcontratación y
privatización emprendidos por el ayuntamiento de Madrid en numerosos tajos han
sido adjudicados por medio de concurso a las empresas que presentaban los
presupuestos más ajustados. Lógicamente, y a pesar de que una administración
que debería mirar por sus ciudadanos parecía ignorarlo, esas ofertas implicaban
despidos y recortes salariales para los trabajadores que, cuanto mayor fueran,
más posibilidades daba a dicho concursante de presentar cuentas más austeras.
Una vez hecho el negocio y con las cuentas saneadas, los políticos se lavan las
manos habiendo vendido a los trabajadores al mejor postor. Esto ha sucedido con
los trabajadores de la limpieza, sanidad o, el ejemplo más reciente, los
trabajadores de la Lavandería Hospitalaria Central que van a ver reducido su
sueldo hasta en un 40%. Una autentica tomadura de pelo en nuestras narices.
Movimiento obrero, asamblearismo y
sindicatos.
Los trabajadores en huelga de la
limpieza madrileña han demostrado que la organización y la solidaridad entre
los trabajadores es un poder real dentro de la sociedad. La clase trabajadora
necesita volver a sentir su papel básico y necesario para el funcionamiento del
motor económico. Sin mano de obra nada funciona y esa realidad debería ser suficiente
para imponer sus necesidades a las clases explotadoras de su fuerza de trabajo.
Por eso, se torna de vital importancia el hacer creer al trabajador débil,
pasivo y dependiente, y sobre todo, ajenos unos a otros, separando temporales
de fijos, autóctonos de inmigrantes, veteranos de aprendices… rompiendo los
lazos de unión y solidaridad.
El mundo laboral es un aspecto
notablemente importante en el mundo de mercado y consumo actual que limita
nuestros horarios, compañías y status social. Las crisis prefabricadas como la
actual, reajustes en realidad, han supuesto la implantación de contratos a
medida de la patronal llamados flexibilidad laboral, recortes de derechos
fundamentales, crecimiento de la brecha que separa a ricos y pobres… Pero
también, aumento de subcontratas que gestionan irregularidades sin dejar
rastro, excedente de mano de obra que origina competencia entre los propios
trabajadores, incumplimientos sistemáticos de contratos y convenios aceptados
por miedo al despido, accidentes laborales fruto de los recortes en seguridad
y, en un plano más personal, un claro detrimento de la salud y calidad de vida
en general de los propios asalariados.
Es necesario, pues, reactivar los
puntos de encuentro entre los trabajadores, incluso entre sectores y,
finalmente, entre nuestra propia clase. Los conflictos deben de crear lazos de
solidaridad también con otros afectados como usuarios o trabajadores
intermediarios, generalizando la beligerancia contra el verdadero origen del
problema: la avaricia empresarial. Y, por supuesto, romper esas barreras
existentes dentro de la propia clase. Por ejemplo, las clases medias son un
invento de la sociedad de consumo. Son los mismos asalariados chantajeados con
un mayor poder adquisitivo fruto tan solo de la necesidad de vender el mayor
número de mercancías al mayor número de individuos con posibilidad de comprar,
en una sociedad donde se identifica el tener más cosas con vivir mejor. Sin
embargo, ninguno es dueño de su propia vida y sus pequeños privilegios se sustentan
en dolorosas y grandísimas pérdidas y renuncias de parcelas de libertad. El
pretender separarse psicológicamente de su condición de trabajador es un arma
de doble filo que le permite gozar de ciertas concesiones pero cuya negación de
su realidad permite hacerle dócil y moldeable a las exigencias empresariales,
además de cómplice de ellas. Una clase trabajadora unida, sin embargo, trae
consigo una mayor posibilidad de conseguir mejoras reales para todos.
El trabajador moderno vive en extrema
dependencia de los acuerdos establecidos entre patronal, gobierno y sindicatos,
delegando la negociación de sus propias vidas en manos ajenas y renunciando a
su capacidad de auto organización. No debemos olvidar que los sindicatos
mayoritarios dependen de subvenciones estatales que a su vez están subordinadas
al punto de equilibrio adquirido por estos con la patronal. Por tanto, es de
suponer que nunca actuaran de forma contundente contra ellos a nivel de
organización, por supuesto, sin dudar de la honradez y la sinceridad de algunos
de sus militantes de base y sin meter en el mismo saco al sindicalismo
revolucionario. Los sindicatos oficiales han arrebatado el poder de
convocatoria a los propios trabajadores, utilizando de forma tendenciosa su
capacidad mediadora como apagafuegos de conflictos.
De nuevo, la misma cantinela. La
organización de los propios obreros enérgica y tenaz basada en lazos de unión
arrebataría su poder sin remisión. Es aquí donde la asamblea se torna como el
principal mecanismo de expresión y decisión horizontal al que han recurrido los
trabajadores de forma histórica.
Un claro ejemplo de ello lo
encontramos en numerosas luchas llevadas a cabo en el periodo final de la
dictadura y esa ley de punto final encubierta que se llamó Transición. Paradójicamente,
el origen de las primeras Comisiones Obreras se encuentra en las asambleas
surgidas como comités de huelga, espontáneos y transitorios, durante los paros
en Asturias y Euskal Herria entre el 62 y el 64, para oponerse al control
impuesto del Sindicato Vertical. Un par de años más tarde se extenderían a
Madrid y Barcelona. Hacia 1970 alcanzarían su mayor grado de radicalidad, sin
embargo, poco a poco llegaría el desembarco de
organizaciones y partidos obreros y cristianos de base con el fin de
manipularlas y controlarlas, eliminando su contenido revolucionario hasta la
evidencia actual. Pero las luchas autónomas y las huelgas violentas y autogestionadas
por los propios obreros terminarían arruinando el sistema sindical franquista.
1970 supondría la generalización de
las luchas obreras por todo el país, como la de la construcción en Granada, donde
la policía asesino a tres manifestantes, los transportes en Las Palmas, el
Metro en Madrid, los jornaleros en Jerez o la minería asturiana, con especial
nivel de enfrentamientos en el sector del metal y después en el de servicios y
textil. Con claros antecedentes en esas primeras luchas sesentiles, la huelga
de la Harry Walker (Sant Andreu, Barcelona) estallada en diciembre de 1970 y
que duró 45 días supondrá el principal punto de inicio de las luchas autónomas
en la península ibérica. El conflicto comenzará por la petición de un aumento
salarial y la suspensión de contratos temporales y se radicalizará con la ocupación
de la fábrica por los trabajadores. Los enfrentamientos con la policía y los
actos de solidaridad, calificados como muy
violentos por Gobernación, culminará con el despido de trece personas y
numerosos detenidos. La readmisión de éstos y la libertad de los arrestados
pasaría en ese momento a formar parte de las reivindicaciones principales. Estos
acontecimientos, gestionados de forma asamblearia por los propios trabajadores
al margen de ninguna organización, exceptuando libertarios y anarcosindicalistas
favorables también a la toma de decisiones horizontal, constituiría la
consolidación del movimiento asambleario al margen de las redes sindicales
franquistas. En octubre de 1971 se produciría la ocupación de la SEAT en la
Zona Franca barcelonesa por miles de trabajadores de la empresa. La policía
tomaría el recinto produciéndose una autentica batalla campal en la que los
obreros y obreras defendieron sus ideas de forma visceral, perdiendo la vida a
manos de las fuerzas de seguridad el trabajador Antonio Ruiz Villalba cuyo
Memorial permanece aún en el lugar de los hechos. Tanto Harry Walker como SEAT
se convirtieron en iconos de las luchas asamblearias y la violencia de clase
para los miles de trabajadores en lucha que se organizaban por todo el país. Algunos
de aquellos trabajadores que vivieron esos conflictos en la ciudad condal,
pasarían a organizarse de forma clandestina para realizar acciones armadas de
guerrilla urbana de apoyo a las reivindicaciones obreras existentes, como ya
habían hecho los trabajadores de la FIAT en Italia en el 68. Las huelgas de
Blansel, Bultaco, los estibadores del Puerto de Barcelona, organizados en la
Asamblea del Puerto, o Roca se convertirían en grandes ejemplos de la
posibilidad de autoorganización obrera de forma horizontal y asamblearia. En
concreto, la huelga de 96 días de duración declarada por los trabajadores de la
fábrica de Roca en Gavá en 1976, se convertiría en uno de los principales
conflictos de la Transición recordados en la memoria colectiva obrera por su
nivel de conflictividad y capacidad de articulación. Tras una larga trayectoria
de protestas, la huelga se declararía de forma improvisada por los propios
trabajadores al conocerse el despido de dos de ellos. Organizados en comités y
perfectamente estructurados, los trabajadores gestionaron una caja de
resistencia con apoyo popular e incluso editaron su propio órgano de expresión,
el boletín “Roca en lucha”. Las mujeres y familiares organizaron los piquetes
en la puerta de la fábrica para impedir el esquirolaje y en Barcelona se
sucedieron graves disturbios, donde llegaron a arder varios vehículos
policiales, en apoyo a los obreros en lucha. Finalmente la huelga se desconvocó
tras un éxito apabullante de la protesta consiguiendo la readmisión de los
despedidos, un aumento salarial del 30% y otros logros laborales.
Asamblea durante la huelga de Roca. 1976.
Y es que 1976 supondría el estallido
de la clase obrera ibérica, con Sabadell y Vitoria paralizadas durante días por
sendas huelgas generales apoyadas unánimemente y, sobre todo en esta última,
fábricas, calles e iglesias ocupadas donde se realizarían masivas asambleas
que, algunos historiadores, han llegado a comparar en algunos momentos de su
evolución con el mítico mayo del 68 francés. En enero el gobierno decide la
militarización del metro de Madrid ante el cariz violento que están tomando las
protestas. En este contexto llegaría la huelga de la construcción en Asturias
en 1977, donde los trabajadores se saltarían el control sindical, incluidas las
de las organizaciones aún prohibidas pero toleradas, y se apostaría por el
asamblearismo y la autonomía obrera de forma radical. El conflicto se
extendería a 400.000 trabajadores afectados de forma directa o indirecta, a las
que se unieron otras plataformas de lucha social, otro de los aspectos característicos
de las luchas de estos años. Tras cien días de huelga, la más larga de todas
las mencionadas, se lograrían absolutamente todas las reivindicaciones, aumento
salarial, sin despidos ni represalias, incluso cobrando las pagas extras
correspondientes a los días que se había estado en huelga. La huelga asturiana
se convertiría en un símbolo de las luchas autónomas en nuestro país, no sólo
por haber culminado de forma victoriosa para los trabajadores, sino por su
duración y el alto grado de hermandad, solidaridad y auto organización
demostrado.
Más cercano en el tiempo nos
encontramos con la creación de la Coordinadora de Mensajeros de Madrid en 1985,
gestada al margen, sino radicalmente en contra, de los sindicatos mayoritarios
que habían firmado un convenio absolutamente abusivo, en un sector donde
tradicionalmente más abusos laborales se cometen. La coordinadora, popularizada
en comics y paredes por su tradicional grito de guerra, “Mensakas en lucha”,
convocó una huelga en el sector en febrero del 86 que duró cinco días y culminó
con algunas de las empresas obligadas a negociar. Tras la lucha, algunos de sus
miembros se aproximaron al movimiento okupa que había prestado un importante
apoyo a los huelguistas. Incluso se intentó montar una cooperativa tras
demostrarse a sí mismos los trabajadores su capacidad efectiva a la hora de
asumir el control de sus propias luchas y destinos. También las huelgas de los
trabajadores de Repsol en 2003 en Puertollano, exigiendo mejoras en las medidas
de seguridad tras la muerte de 6 compañeros, o la Plataforma de Trabajadores de
Correos en 2005, se gestaron al margen de sindicatos y con un alto grado de
asamblearismo y autogestión.
Huelga y sabotaje.
La duración de la jornada laboral,
los descansos, las vacaciones pagadas, salarios e indemnizaciones por despido
son derechos conquistados por huelgas y huelguistas no precisamente pacíficos,
cuyos métodos de lucha no rehuyeron el enfrentamiento ni la pelea, a pesar de
ser denostados sus procedimientos por muchos que hoy se aprovechan de dichas
conquistas. La huelga y el sabotaje, no como acto de vandalismo sino de
insumisión, entre otras, han sido las tradicionales herramientas obreras para demostrar
que son ellos quienes en última instancia tienen el control sobre la producción
y así exigir sus derechos.
La famosa huelga de la compañía
eléctrica de La Canadiense en Barcelona de 1919, iniciada por los 117
trabajadores de la empresa en solidaridad con el despido de cinco compañeros,
paralizó, por efecto solidario de bola de nieve entre otros trabajadores que se
unieron a la huelga, Barcelona entera y el 70% de la industria catalana. El
conflicto, con destacable presencia anarcosindicalista, terminó tras 44 días de
lucha con la readmisión de los despedidos, mejoras salariales, la liberación de
los centenares de detenidos que se produjeron durante las manifestaciones y con
el que es, probablemente, el mayor éxito huelguístico de la historia, la
proclamación por primera vez en un país de la jornada laboral limitada a 8 horas
diarias. Ésta se había convertido en una reclamación histórica del emergente
movimiento obrero desde hacía ya 30 años. En 1864, en Londres, se gestaría para
combatir la explotación laboral la Asociación Internacional de Trabajadores o
Primera Internacional entre sindicalistas, socialistas y anarquistas de
distintos países. Su objetivo seria contrarrestar
la explotación obrera surgida tras la Revolución Industrial que condenaba a los
trabajadores a jornadas de trabajo de hasta 18 horas y sueldos y condiciones
miserables. Un salario justo, el derecho
a huelga y la jornada laboral de 8 horas estarían entre sus reivindicaciones
básicas, algo, esto último, que no se conseguiría hasta la huelga de La Canadiense,
siendo España el primer país en proclamarlo de forma oficial. El 4 de mayo de
1886 se produce la revuelta de Haymarket en protesta por la represión sufrida
en la huelga previa iniciada el día 1, precisamente para reivindicar esas 8
horas. Una bomba lanzada desde la muchedumbre estallaría en las filas de la
policía que reprimía con dureza el evento. Ocho trabajadores anarquistas fueron
acusados y ejecutados de forma injusta por esos actos. En 1889, en París, la
AIT decide que una vez al año, como homenaje a los ocho caídos, todos los
obreros expresaran su solidaridad de clase por encima de naciones y estados y
su unión paralizando la actividad obrera internacional. Surge así el llamado día
de los trabajadores, mal llamado día del trabajo, celebrado cada primero de
mayo. Cabe destacar que la justa exigencia de reducir la jornada laboral fue
calificada en la época como indignante, insolidaria, antipatriota e
irrespetuosa.
En 1904 se proclama en España la ley
de descanso dominical que permite a los trabajadores descansar el domingo.
Fruto de las conquistas sociales causadas por el excesivo trabajo diario en
2013 era derogada dicha ley, siendo en la actualidad permitido el trabajo
cualquier día de la semana.
Por otra parte, destacar que los
llamados servicios mínimos, tan sólo lógicos en tajos imprescindibles como
bomberos o sanidad, son otro invento para reducir el impacto de la huelga, cuyo
éxito se mide según se paralice en mayor o menor grado el servicio y la
producción. Las huelgas son una medida de presión y sólo son efectivas si la
huelga es total, es decir, si se consigue paralizar los medios de producción.
Es evidente que las luchas y paralizaciones de sectores que no afectan
directamente a la población, como la minería, despiertan más simpatías que
cuando el usuario o consumidor ve alterada su cotidianidad. Por eso es
indispensable mantener un canal de comunicación en ambos sentidos, haciendo
participe al usuario de la lucha y redirigiéndola hacia el verdadero culpable
de su desencadenante: las injustas y aprovechadas medidas laborales de la
patronal. En este sentido la información por una parte y la solidaridad por
otra, crearán redes de complicidad entre ambos que hará más fuerte aún la lucha.
Por todo ello es necesaria la organización de los trabajadores más allá de la
burocracia obstruccionista sindical, creando asambleas abiertas en las que
puedan participar sectores sociales más allá de los implicados directamente y
se cree un contacto directo entre ellos.
Otra arma tradicional en las luchas obreras
son los actos de sabotaje. Las “averías” o daños de la maquinaria y el material
laboral son una herramienta utilizada para asegurar la paralización del trabajo
y evitar el esquirolaje o la obligatoriedad de emprender la actividad por
intervención policial o militar. Los
anarquistas holandeses de finales del siglo XIX utilizaban sus zuecos para
romper engranajes de la maquinaria. Zueco en francés se dice “sabot” y de ahí
viene el término sabotaje. De hecho, el símbolo del zueco era exhibido y estaba
muy extendido entre el movimiento anarquista de finales del XIX y principios del
XX, símbolo hoy en desuso. En USA existe una forma coloquial de referirse al
mismo acto, monkeywrenching, que
designa en este caso la utilización de llaves inglesas con el mismo efecto.
Huelgas salvajes y piquetes.
En los últimos años hemos podido oír
en boca de nuestros insignes representantes políticos el término huelga salvaje para enturbiar y
desprestigiar las reivindicaciones y movilizaciones obreras, por ejemplo en las
últimas huelgas de metro, estudiantes o la propia de limpieza. En realidad,
esta última, que se une a las protagonizadas por servicios de saneamiento en
Granada, Sevilla y Cádiz en 2012, La Coruña en 2013 o la de Xerez en 2011 que
duró 20 días, no ha sido tan virulenta como las protagonizadas en el mismo
sector en 1993 en Madrid. Ésta duro un mes entero y sumió a la capital en el
caos. Durante el conflicto ocurrieron actos de sabotaje prácticamente todos los
días, varios cocteles molotov fueron arrojados contra distintos cantones de
limpieza y 200 barrenderos acorralaron a varios policías municipales intentando
asaltar la sede del ayuntamiento en la Plaza de la Villa. Los trabajadores, en
este caso, pedían un aumento salarial del 7% frente al 4 que proponía el
convenio, algo impensable a día de hoy. Finalmente la empresa se vio obligada a
asumir las demandas de los trabajadores.
A pesar del palpable desconocimiento
de nuestra querida alcaldesa y otros políticos, periodistas y empresarios, el
concepto de huelga salvaje está
perfectamente determinado. Éste es una variación del término inglés Wildcat Strike que se utiliza para
referirse a aquellas huelgas que son declaradas por los propios trabajadores
sin autorización sindical ni patronal. En algunos países, como Estados Unidos,
la regulación obliga a que las huelgas tengan que ser declaradas por una
entidad colectiva y es ilegal por tanto este tipo de paros. Paradójicamente, en
España, la regulación permite la declaración de huelgas por parte de cualquier
trabajador al margen de una entidad sindical y por tanto, las huelgas salvajes son legales en España.
El hecho de que estas surjan habitualmente de forma espontanea y sin previo
aviso por su propia definición y carácter hace que, normalmente, sean mucho más
virulentas al no ser dirigidas y surgir de las reivindicaciones más profundas y
sinceras de los propios trabajadores. El término al que hace alusión la
expresión inglesa, wildcat, se
refiere al tradicional símbolo del gato negro representado con el lomo erizado
en posición de combate. Es un símbolo implantado en el sindicalismo
revolucionario de principios del siglo XX a través principalmente de la
Industrial Workers of the World, la organización internacional nacida en
Chicago en 1905. El gato negro o gato salvaje, de ahí el término adaptado al
español de huelga salvaje, con el
tiempo se convertiría en símbolo de las huelgas directas y el sindicalismo
revolucionario y asambleario, sin representantes, ni representados. Cuenta la
leyenda que unos huelguistas a los que su lucha no les iba demasiado bien se
toparon con un escuálido garo negro al que comenzaron a alimentar, según el
felino iba recuperándose y engordando, casi por arte de magia, los huelguistas
comenzaron a imponer sus reivindicaciones hasta obligar finalmente a la empresa
a ratificar sus exigencias. De esta forma terminaron por adoptar al gato como
mascota de su organización y símbolo de su lucha.
Las primeras huelgas salvajes, que también
aluden al acto de sabotaje como forma de paralizar la producción, nos trasladan
a principios del siglo XIX, cuando los trabajadores ingleses conocidos como luditas expresaban su descontento ante
la pérdida de empleos y los bajos salarios fruto de la introducción de maquinas
en las fábricas destruyéndolas. En 1855, durante el reinado de Isabel II en
España, los trabajadores ibéricos, principalmente textiles, utilizaron esta
misma forma de protesta para oponerse a la mecanización que sustituía a los
operarios, en la que se considera la primera huelga general convocada en la
historia de España.
La huelga salvaje de la General
Motors del 36 en Flint, Michigan, USA, involucró a 1200 trabajadores que, de
forma absolutamente asamblearia, decidieron ocupar la fábrica durante 44 días,
consiguiendo que la empresa automovilística más importante de Norteamérica
cediera a sus exigencias. En las dos semanas siguientes 87 ocupaciones tuvieron
lugar en todo Detroit. Los trabajadores declararían, “ahora sabemos que nuestro
trabajo es más importante que el dinero de los accionistas, que el juego en
Wall Street, que los administradores y que los capataces.” También fueron
especialmente sonadas las huelgas salvajes convocadas en el sector ferroviario
norteamericano en el verano de 1984, en el que 4000 trabajadores paralizaron el
ferrocarril o la de la fábrica Putilov en San Petersburgo en 1917, autentico
preludio de la revolución de febrero. Entroncadas con las luchas y
reivindicaciones contra la segregación racial en territorio estadounidense, nos
encontramos con la huelga salvaje de los trabajadores negros de limpieza en
febrero de 1968 en Memphis, Tennessee, la de los profesores de las escuelas
públicas de Chicago o la de la Chrysler ese mismo año en Detroit, donde 4000
trabajadores, en su mayoría negros, exigirían ser tratados igual al resto de
sus compañeros y que culminaría con la creación de la Liga de Trabajadores
Negros Revolucionarios.
Huelguistas entreteniéndose durante la ocupación de la fábrica de General Motors en Flint. 1936.
Inspirados en los estudiantes que se
habían enfrentado en las calles a la policía, los trabajadores parisinos
ocuparon sus fábricas en 1968 ignorando a sus líderes sindicales y políticos
que rechazaban la acción. El grueso de las protestas se extendió a toda Francia,
participando en ellas cerca de 11.000.000 de trabajadores. Fue una huelga
salvaje espontanea, descentralizada y al margen, cuando no en contra, de las
organizaciones oficiales. Durante casi dos meses los trabajadores demostraron
su alto grado de cooperación y organización, creando cajas de resistencia,
reparto de alimentos y ropa entre huelguistas y familiares, piquetes de afines,
amigos y familias a las puertas de los tajos ocupados y turnos y comités
perfectamente estructurados para impedir el paso de policías y jefes a las
empresas. El sueño terminaría con la convocatoria de elecciones generales
anticipadas para finales de junio con el fin de intentar acabar con las
protestas.
Otras afamadas huelgas salvajes
incluyen las movilizaciones en el llamado verano del descontento en Reino Unido
en 1978 y 79, la de los astilleros Jeffbot en Indiana en 2001, , los
trabajadores de la confección de Bangladesh en 2006, donde 4000 trabajadores cortaron
las carreteras y toda la actividad industrial de la capital Dhaka, los
trabajadores de las refinerías de petróleo en Reino Unido en 2009 que
obligarían a la readmisión de varios compañeros despedidos, los trabajadores de tierra del aeropuerto
internacional de Toronto tras el despido de tres compañeros en 2012 o los
mineros de Monkana en Sudáfrica ese mismo año, cuyo trágico desenlace conmovió
al mundo al ver como varios manifestantes eran masacrados ante las cámaras de
televisión.
Durante el trascurso de las huelgas
se hace imprescindible, como hemos visto en algunos de estos ejemplos, la
organización de piquetes que informen y expliquen los motivos de la huelga con
el fin de extenderla e impidan el boicot insolidario de los esquiroles. Se
trata, históricamente, de una versión de los piquetes militares, pequeños
grupos destinados a algún servicio circunstancial. Los primeros piquetes obreros
organizados por los anarquistas en el siglo XIX eran utilizados como método de
agitación política y social y se han convertido en una forma útil de preservar
el valor de la huelga al ser fundamentales en la paralización de la producción
y la actividad.
Piquetes.
Contrahuelga, esquirolismo,
desinformación y crisis.
Las huelgas, como método de acción
obrera, son, como no podía ser de otra manera, temidas y denostadas por los
afectados directos o indirectos. Políticos, empresarios, conservadores… son el
otro extremo de la cuerda y no dudan en tirar de ella todo cuanto pueden. La
socialdemocracia se encarga de apaciguar el espíritu revolucionario y los
liberales y conservadores de combatirlo. Ya hemos comentado con anterioridad la
utilización de periodos de crisis para conseguir la complicidad de las clases trabajadoras
a la hora de aceptar cambios y recortes, que de otra manera jamás admitirían,
en nombre del sacrificio común, un sacrificio, por otra parte, que se
transforma en unidireccional, pues empresas y sistema financiero no renuncian a
sus beneficios en ningún momento.
La temporalidad, que impide la
construcción de redes estables de solidaridad entre los trabajadores que apenas
se conocen ni tan siquiera, y la
desinformación, que vuelve dependiente al asalariado que desconoce sus derechos,
tanto laborales como generales, o los deberes que se le exigen en realidad,
juegan en contra de la clase obrera, llegando incluso a que muchos empleados se
identifiquen con la propia problemática de su empresa perdiendo la noción real
de su papel en ella. Surge la figura del trepa y, en periodos de huelga, la del
esquirol, que, sin duda, representan algunos de las personalidades más bajas y
repugnantes en las que puede caer un ser humano, al menos uno descaradamente
utilizado en beneficio de otros, y al que no es para nada descabellado comparar
con la figura del kapo, como se llamaban
a los presos de los campos de concentración que colaboraban con las autoridades
nazis. Como el pequeño pero didáctico Manual
práctico de autodefensa proletaria nos recuerda “nosotros no tenemos ningún
control sobre nuestra labor, pero menos aún sobre el producto que genera esta
labor.”
Tres esquiroles protegidos por decenas de policias durante una huelga de mineros en Gales. 1929. Notese a los niños y vecinos insultandolos desde las ventanas.
Se llama esquirol, no solo a los
trabajadores que deciden no secundar una huelga, sino también a aquellos que
aceptan a cambio de una remuneración hacer el trabajo de los huelguistas. Si se
trata de una huelga general también se aplica a los empresarios o pequeños
propietarios que abren sus negocios sin secundarla. El término proviene del
catalán y se traduce por ardilla. Aunque
los lingüistas no se ponen totalmente de acuerdo en su procedencia a la hora de
utilizarlo para identificar a los rompehuelgas, cuentan que proviene del nombre
de la localidad de Santa María de Corcó, también conocida como L´Esquirol por
una antigua taberna que se situaba en el lugar en sus orígenes que lucía una
ardilla disecada en su puerta, y cuyos habitantes fueron utilizados a finales
del XIX, en más de una ocasión, para remplazar a sus vecinos de Manlleu en
huelga.
Huelguistas de correos en USA. 1970.
Una de las mayores huelgas salvajes en
USA fue la de los empleados de Correos en 1970, que duró dos semanas y obligó
al presidente Nixon a llamar al ejército para realizar los repartos y reventar
de esa forma las protestas. Este es el tipo de acciones rompehuelgas que
algunos conservadores reclamaban para finiquitar la última huelga de
limpiadores.
Usuarios y parados.
Como ya hemos señalado, la
participación e implicación de los usuarios, pacientes, consumidores u otros en
las huelgas se tercia necesaria para el éxito de éstas. El tratar de provocar
la confrontación entre unos y otros forma parte del proceso de desinformación
para evitar solidaridades y respaldo. El divide y vencerás de toda la vida. A
lo largo de la historia obrera, cuando mayores éxitos laborales y sociales se
han conseguido es cuando se ha logrado crear un tejido social participativo
entre los distintos afectados. El apoyo mutuo del que hablaban los primeros
anarquistas. Es conveniente, por tanto, la organización, sin detrimento de las
reuniones exclusivas de los propios afectados, de asambleas abiertas que
permitan la participación de otros ciudadanos y que cree el necesario grado de
complicidad con los huelguistas. El boicot, el negarse a usar un servicio o
consumir un determinado producto, por parte de los usuarios, o la negativa de
otros trabajadores intermedios a utilizar determinados materiales o artículos
pertenecientes a una empresa en huelga es una buena manera de apoyar a los
operarios en conflicto y extender sus protestas. Aunque se viera de una forma
explícitamente egoísta, hay que darse cuenta que el fracaso de determinadas
reivindicaciones repercutirá inevitablemente en el resto de ciudadanos al
quedar vía libre para su aplicación en los demás. Las huelgas de la EMT en
Madrid en 1992, y sobre todo de Metro en el 97
se caracterizaron en buena medida por el apoyo de los usuarios. En el
caso de Metro, en febrero se radicalizaría el conflicto al ocuparse los
talleres e inutilizarse 150 trenes, sucediéndose los enfrentamientos con la
policía por parte de piquetes y las detenciones. Piquetes de usuarios
recorrieron las estaciones durante esos días expresando su apoyo, negándose a
pagar el servicio y paralizando trenes y escaleras mecánicas. Tras el despido
de dos trabajadores con motivo de las protestas en mayo, éstos decidieron
ponerse en huelga de hambre. Una manifestación convocada dos días después contó
con el apoyo de numerosos usuarios, del movimiento autónomo y anarquista
madrileño, así como de trabajadores de otras empresas en conflicto como Bimbo,
Trinaranjus o Correos reuniendo en Madrid entre 5000 y 10.000 personas según
las fuentes, y que finalizó de forma espontanea en la furgoneta en plena calle
donde los dos empleados llevaban a cabo la huelga de hambre. La empresa
finalmente cedió a algunas de las reivindicaciones de los obreros y se vio
obligada a readmitir a los dos empleados.
Por otra parte, no podemos obviar
incluir en este apartado otro de los grandes colectivos de toda esta historia,
el de los parados. Tradicionalmente últimos afectados por las medidas
empresariales, tienden a aceptar una especia de condición de excluidos de la
sociedad y el mundo laboral. Lejos de ello, el parado debería organizarse de
igual forma y no transformarse en un postulante o demandante de trabajo sino en
un aguerrido reivindicador de los derechos más primarios de que ha sido
despojado. En los 90, en localidades como Durango se organizaron piquetes de
parados que acudían a las puertas de los tajos a exigir trabajo a los
empresarios rompiendo con ese rol de víctima y tomando las riendas de su propia
actividad. El hecho es que la existencia de parados es utilizada como forma de
chantaje hacia los trabajadores en activo, insinuando constantemente su
existencia como una especie de cantera dispuesta a usurpar su trabajo si no se
aceptan determinadas condiciones laborales. Son utilizados como forma de
extorsión contra quienes se vuelven temerosos de ser sustituidos. De nuevo, nos
encontramos con la necesidad de crear esas redes sociales y puntos en común que
la democracia liberal se ha encargado hábilmente de desmontar para volvernos
débiles.
En 1998 el movimiento de parados francés protagonizó en distintos momentos y lugares
ocupaciones de edificios públicos, asaltos a supermercados, negativa colectiva
a pagar servicios y organizó veladas, cenas y comidas en restaurantes de lujo
que finalmente no se pagaban. Era una forma activa de demostrar no sólo una
necesidad laboral sino un rechazo al mundo establecido que los condena a esa
situación.
Proletariado. El cuarto estado. Pintura de G.Pelliza. 1901.
Ultimas reflexiones.
El industrialismo y la sociedad de
consumo es la responsable del trabajo mecánico, reiterativo, de las líneas de
montaje y la especialización. En resumidas cuentas, de la alienación a costa
del consecuente sacrificio y reducción de las parcelas de vida destinadas a
desarrollar y compartir con quienes nos rodean. No se trata pues de simples
reivindicaciones laborales sino de desenmascarar todo el sistema que los
sustenta, de desarrollar una teoría crítica y radical, pero sobre todo
sostenible, del mundo de la mercancía y el trabajo asalariado. Ese trabajo
asalariado nos trasforma en individuos mediocres y acota nuestra capacidad de
actuación mediante el control del consumo y el tiempo libre. Pero sobre todo,
tal y como están las cosas, se hace indispensable un rescate de la memoria
obrera. Recuperar el valor de su lucha y su fuerza social. Orgullo obrero no
significa la satisfacción de trabajar sino el orgullo por la capacidad de
lucha, solidaridad y autoorganización que el movimiento de clase de los
trabajadores ha mostrado y demostrado a lo largo de su historia.
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